por Camilo Marks
Los nombres epicenos, reciente novela de Nothomb, se manifiesta por la total identidad del título con la trama ante nosotros. Los nombres epicenos son aquellos que pueden utilizarse tanto en masculino como en femenino. Claudio, Claudia; Julio, Julia; Antonio, Antonia; , etcétera. Los nombres epicenos tienen cinco protagonistas: Claude, Dominique, Epicena, Reine y Jean Luis. Claude despliega un inaudito empeño en casarse con Dominique, y tras lograrlo, pone todavía más tesón en dejarla embarazada , sometiéndola a una disciplina sexual extrema. Ella, por su parte, muestra desde el inicio de la historia, una entera pasividad, una exasperante facilidad para el autoengaño, un sometimiento poco creíble en la actualidad. Claude es un tipo repelente, un canalla, una completa ruina humana, quizá un energúmeno, rasgo que el lector percibe en las fases iniciales de la intriga y que Dominique ni siquiera divisa, puesto que, todos cuantos lo conocen saben la dimensión de su monumental egocentrismo. Cuando alcanza el objetivo de tener hijos, su obsesión procreadora se torna en una radical indiferencia hacia el bebé, una chica inteligente, emotiva, abnegada, de una lucidez asombrosa.
Epicena debe su patronímico a un drama de Ben Jonson, coetáneo de Shakespeare, dato que beneficiará a Claude y le servirá para hincharse cual pavorreal, sin perjuicio de su colosal frialdad en lo relacionado con su propia heredera y un cinismo que corroe a su personalidad y que a la postre, podría ser un defecto de Nothomb, o bien elemento constitutivo de Los nombres epicenos.
La novela, fiel a una tradición gala, comienza en provincias y termina en París. Dominique, tal como Claude, proviene de la clase media. Brest, la ciudad portuaria de Bretaña, es a lo largo del relato, el escenario de Los nombres epicenos, un telón de fondo para esta fábula cruel, este perverso cuento de hadas, esta suculenta, concisa e impecable confabulación, donde el odio puro campea a placer. Así, tenemos la ambición social, el lucro sin paliativos, la malevolencia, la taimadura, la venganza desenfrenada, los resquemores del amor no correspondido, la exquisita y sutil sagacidad más otros factores, a los que debemos agregar el estilo fluido, ligero y poético de Nothomb y su sentido del tiempo. Cuando Claude y Dominique se instalan en París y él arrastrado por la codicia, el afán del poder, la tacañería, consigue situarse en las altas esferas de la capital, se da el inicio a esta compleja exploración de los vínculos paternofiliales. Claude convence a su esposa para que entable amistad con una pareja de la alta burguesía, Reine y Jean Louis. Sus hijas van al mismo colegio en el que estudia Epicena, quien desde siempre ha aborrecido a su padre, puesto que sabe los puntos que calza y al contrario de Dominique, jamás se ha engañado a sí misma.
Los nombres epicenos, como ocurre en la generalidad del corpus de Nothomb, se construye en base a diálogos, alteración de los puntos de vista narrativos -en este caso, los de Dominique y Epicena, además de la impersonal tercera persona- y un perfecto entramado de modo que la acción, al igual que en los thrillers negros, se desenvuelve en un crescendo sin pausa, desde las primeras hasta las últimas páginas de este feroz, inexorable, riguroso complot.
Con todo, Los nombres epicenos va mucho más lejos que lo habitual en las crónicas de ambiente psicológico. El quinteto que erige un edificio de mentiras, es, desde luego, representativo de un sector de la sociedad, tal vez de manera excesiva, pero Nothomb va mucho más lejos. Esta ficción, en última instancia, es una radiografía de los tiempos que corren.
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