martes, 26 de enero de 2021

El año del mono, de Patti Smith

 Por Camilo Marks


Patti Smith (Chicago, 1946) es mundialmente reconocida y aclamada como cantante, intérprete y artista visual. En rigor, es probablemente de la época dorada y tan mitificada del rock, ya que la mayoría de sus contemporáneos o amigos ha fallecido, convalecen o se hallan fuera de circulación. De los doce álbumes que ha publicado Horses se estima por la revista Rolling Stone como uno de los cien mejores de todos los tiempos. Amiga, colega, compañera de trabajo partícipe o colaboradora en proyectos multiculturales, fue íntima de Allen Ginsberg, William Burroughs, Paul y Jane Bowles, Sam Shepard, Jack Kerouac y el resto de la extinta generación beatnik. De modo que es inevitable que se la asocie con ese grupo y se hable de ella como ese indefinible e inclasificable que resta de la era dorada -y muy idealizada- de los años cincuenta y subsiguientes, cuando los poetas, músicos, pintores y quienquiera que tuviera vocación o talento producía realmente a contracorriente, sin becas, patrocinios estatales o de fundaciones, ni financiamientos de corporaciones.

Aunque ahora último Snith se ha dado a conocer  como narradora, su faceta literaria es mucho menos conocida que su imagen de rockera. Bien pasada la setentena, Smith continúa dando recitales por todo el mundo e, incluso, dio un concierto en Chile en 2019. Pese a lo anterior, ella se define a sí misma como escritora. A partir de Éramos unos niños (2010), que relata la historia de su relación con el fotógrafo Robert Mapplethorpe, ha desarrollado una carrera caracterizada, casi siempre, por obras maestras. Tejiendo sueños, Babel, M. Train, El mar de coral, Devoción y otros títulos han recibido numerosos premios y, en cierta medida, la han convertido en una autora de culto (lo que a Smith le desagrada profundamente).

El año del mono es su más reciente título y al comienzo dice: "Al principio estaba segura de no haber soñado nada en el Dream Motel, pero cuando más lo pensaba, más me convencía de que sí había soñado. O, mejor dicho, me había deslizado por el filo de un sueño. El amanecer se disfrazó de noche para luego quitarse la máscara convertido en amanecer e iluminar un camino que seguí de buen grado, desde el desierto hasta el mar". Estas palabras son premonitorias de lo que vendrá después, sea porque Smith transforma el ensueño, la duermevela, el despertar, en una misma cosa, sea debido al asombroso estilo de la creadora que ha sido denominado como fluvial acumulativo. Así, las frases de Smith se derraman con la misma lógica del espectáculo onírico, vale decir, carecen del sentido común que otorgamos al habla diaria y entregan un torrente verbal que posee sus propias leyes y preceptos. Se ha dicho, con razón, que si alguien es capaz de vivir simultáneamente en el pasado, el presente y el futuro, ocupar el espacio entre la realidad y los sueños, esa es Patti Smith.

El año del mono es un emocionante viaje a través de la existencia y la vigilia de Smith, mezclando ficción y hechos concretos, personajes de carne y hueso con seres ficticios. En este texto, ella se mueve por el planeta como una viajera, una espía, una vagabunda en el territorio de las letras, entregándonos, a la postre, un espejo humano. La poeta-detective, como ella se autodenomina, inicia una búsqueda quijotesca, que deviene una obra redentora.

Es probable que El año del mono sea lo mejor que, hasta la fecha, nos ha entregado Smith. Es un volumen elegante, entretenido, compuesto con valentía, pues su aproximación  a la no ficción es singular y atrevida, ya que, en definitiva, resulta igualmente veraz lo que ha experimentado que lo que ha imaginado o sentido. Además, El año del mono concluye con varios epílogos y lo que ella nombra "paneles", a partir de la muerte de Sandy Pearlman, el productor que convenció a Patti Smith en su juventud para que montara una banda de rock, coronando todo con un emocionante pasaje a raíz de los sucesos del año pasado, incluyendo, por cierto, el coronavirus.

"Y las piezas cayeron a mi alrededor como la nieve, formando un cuadro de invierno. Un lapso de tiempo en que me vi recompensada con tantos momentos místicos, un pedazo de tiza roja, una castaña, un trozo de metal oxidado, un clavo y una piedra plana que tenía la misma forma de una tablilla antigua". y "pruebas de que era consciente del valor relativo de las cosas insignificantes" son parte de una extensa reflexión acerca de los lienzos de los hermanos Hubert y Jan van Eyck. No obstante, es posible que el significado concluyente de El año del mono se adivine en la meditación sobre "La adoración del cordero místico", cuando Smith regresa de Gante a Nueva York: "En una compleja escena de un juicio se decretaba que el cuadro debía permanecer sellado, dentro de la bolsa, por miedo a que se desintegrara en el polvo sin sentido del futuro."


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