sábado, 13 de abril de 2024

El viaje vertical, de Enrique Vila Matas

(por Matías Bravo F.)

El viaje es uno de los motivos señalados en todas las literaturas. Como el amor. Como la muerte. Se ha dicho incluso que toda novela semeja un viaje, y lo supone.

Puede ser circular o rectilíneo. Aquél es el viaje cantado por Homero, el viaje de regreso a casa; Ulises vuelve al punto de partida reafirmando su identidad puesta a prueba por las tentaciones y los elementos.  Un viaje muy distinto al propuesto por Musil, Kafka o Robert Walser -autores muy queridos por Vila Matas, sobre todo los dos últimos- y en general narrativa centroeuropea anterior a la II Guerra Mundial. Aquí, en vez de fortalecerse, el individuo muta y pierde su identidad en una continua e indefinida fuga hacia adelante. Si antes devenía en alguien distinto, pero sin evacuar del todo quien esencialmente era, ahora el hombre sin atributos de Musil se disgrega en "un delirio de muchos", y no termina siendo ninguno.

El viaje vertical, como lo previene su mismo título, se afilia en esta última matriz. Sólo que con un tono, con un semblante más ufano y optimista, hasta se diría festivo, que el de sus ilustres predecesores. Y por mucho que la coyuntura en que su septuagenario protagonista se nos da a conocer no lo merezca. Vamos viendo.

Al día siguiente de celebrar sus bodas de oro, Federico Mayol -próspero hombre de negoscios y político nacionalista catalán retirado- es conminado por su mujer a abandonar el domicilio conyugal. No es todo. De un modo no menos inapelable, ya no únicamente su matrimonio, asimismo las demás dimensiones que componían su ser y estar en el mundo, hasta las íntimas o provectas, son sucesivamente desenmascaradas, descubriendo en su lugar el invasivo, estólido e impasible rostro de la nada. Así pues, con su horizonte hecho astillas, el único movimiento posible para Mayol es la caída: eso es el viaje vertical.

Será una trayectoria geográfica: de Barcelona a Oporto para descender a Lisboa y luego todavía más abajo, hasta la isla de Madeira. Pero también moral, hundirse hacia el fondo infinito de sí mismo y del propio abismo, desde la súbita soledad al vacío absoluto, pasando por el descubrimiento de la inutilidad que supone la búsqueda de un lugar en el mundo sin por ello perder la alegría. Y reconocer en el mismo eje de la intemperie un refugio.

Novela de formación cuyo protagonista tiene irónicamente una edad en la que ya casi no se está para aprender nada (pero nunca es demasiado tarde para aprender a distinguir la tumba y las verdades propias de las ajenas);  relato de aventuras acerca del sentido, ambientados menos en un territorio desconocido que en un mapa trazado y colonizado antes y mejor por otros escritores. El viaje vertical es no obstante una buena oportunidad para trabar amistad con un coautor actualmente de culto, si bien durante mucho tiempo de circulación confidencial.

Vila Matas no ha escrito todavía ninguna novela canónica. No es tampoco, sin embargo, el único escritor español que adolece esta penosa omisión, el último en subsanarla fue uno de apellido Cervantes.

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