viernes, 22 de abril de 2005

El hermano errante

Nómade por vocación y mandato atávico, Augusto Goemine Thomson, el hermano errante de la literatura chilena y cuyo nombre literario es Augusto D'Halmar, es una de las figuras señeras de nuestras letras. no es exagerado decir que el Premio Nacional de Literatura, que obtuvo en 1942, fue inventado para él. En efecto, pasó tantos años en el extranjero viajando por España, Inglaterra, Egipto, Turquía, Arabia, India y otras naciones, que su figura se fue agigantando como una leyenda y a su regreso a Chile no había galardón que estuviera a la altura de su categoría. era, en realidad, una leyenda viviente y como tal despertaba una admiración que es inimaginable para nosotros. Por aquellos días todos se lo disputaban, Valparaíso lo declaraba hijo ilustre, los periodistas lo asediaban, la gente lo detenía en las calles para saludarlo, sus discursos provocaban una suerte de encanto colectivo...


Pero, ¿cómo se gestó todo esto? para intentar dilucidarlo, volvamos al Valparaíso de 1882, cuando nace en este puerto el hijo ilegítimo de un navegante francés, hijo, a su vez, de un marino sueco que ostentaba el título de barón de D'Halmar. de tanta sangre viajera tenía que surgir este "almirante de buque fantasma", como lo llamaban sus amigos.

Se inició en las letras como periodista, fue corresponsal de guerra y ya en 1902 aparece la obra que lo catapultó a la fama: Juana Lucero, novela dura, la primera que trata en Chile el tema de la prostitución que otras plumas continuarán hasta el día de hoy. Del barrio Yungay, del vicio, del placer que se compra entre tabaco y alcohol nos habla en su "Lucero", como el solía llamarla. Luego, más obras, novelas con personajes inolvidables como el cura Deusto, que vive con el alma en un hilo pendiente de las aventuras de su protegido, "el aceitunita". Infausta pasión que lo llevará a la muerte entre los rieles de los ferrocarriles de Sevilla.


Creador completo, de su genio surge también poesía como en el libro Poemas para canciones; Teatro, como en La tierra del fuego se apaga; Memorias de viajes, como en La sombra del humo en el espejo y cuentos, muchos cuentos, como la memorable plumilla que, al igual que su autor, salió "a rodar tierras".

Dirigente de fuste, presidió la Sociedad de Escritores de Chile y fundó en sus años mozos, la inefable colonia tolstoyana, inusual experimento de juventud que reunió a artistas de diversa veta. Pero su vida de encanto y de leyenda no fue siempre halago y éxito. Quedó huérfano muy joven, a los diez años, y en su plenitud, cuando había alcanzado la esquiva fama, la rueda de la fortuna volvió a girar adversa. Valparaíso le quita la dirección del Museo de Arte y debe venirse a santiago a ocupar un humilde puesto de visitador en la Biblioteca Nacional. Mezcla de poeta y actor -nos dice Enrique Espinoza- trataba de parecer un triunfador, pero sentíase íntimamente frustrado. "al fin de sus días, con tanto vagaje a cuestas, no tenía dónde publicar una línea".

Cuando en enero de 1947 emprendió su viaje final, más de diez oradores lo despidieron en el cementerio y hubiera habido más si el sepulturero no sube al estrado para decir "señores, yo no vengo a hacer discursos, sino a decirles que ya es tarde y los restos de este caballero deben ser sepultados luego". Pintoresca anécdota del último evento social que lo tuvo como protagonista y homenajeado.

Indudablemente, nuestro primer Premio Nacional de Literatura siempre estará presente en sus obras, que lo instalan en nuestra cultura literaria como uno de los más grandes escritores.

prof. Benedicto González Vargas

Publicado originalmente en el periódico El Coirón Cordillerano, de Puente Alto, el 20 de noviembre de 1993. Ver recorte de publicación aquí 

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