En el último tiempo Leonardo da Vinci ha estado en
el centro de las noticias y comentarios, desde que Dan Brown popularizó su
novela El Código da Vinci ha venido
una avalancha de textos, análisis y muestras sobre el genio renacentista. Sin
embargo, una novela notable sobre el gran Leonardo fue escrita mucho antes de
estas modas, en el último lustro del siglo XIX, en la Rusia Zarista y cuyo
autor es el notable intelectual ruso Dmitri Merezhkovski
que trazó un vívido y veraz retrato del Renacimiento en su obra. Se trata de El Romance de Leonardo.
La
historia empieza cuando una misteriosa expedición de algunos ciudadanos
florentinos busca en una colina próxima a la ciudad, en una noche a finales del
siglo XV, estatuas greco-romanas enterradas. Tras algunas peripecias el grupo
consigue localizar una valiosa imagen de Venus. Así es como el Renacimiento se
nos aparece a través de estas páginas como la admiración por un mundo antiguo
perdido, que en este caso es necesario arrancar de las profundidades de la
tierra. Esta admiración implica también una visión nueva de la belleza y aporta
a aquellos hombres una concepción distinta del cosmos. Sus conversaciones
entusiastas y también el conflicto inevitable con los clérigos que finalmente
se incorporan a la escena, representantes de la vieja mentalidad medieval que
se resiste a desaparecer, retratan a la perfección la tensión de aquel tiempo.
Esta novela, publicada originalmente en 1896, fue parte de un
ambicioso proyecto de narraciones históricas con las que Merezhkovsky trataba
de expresar sus convicciones estéticas, Sin embargo actualmente ofrece una
imagen genial de un lugar y un momento cruciales en la evolución del arte
universal: lo que pasaba en el norte de Italia entre los siglos XV y XVI. Tras
la introducción comentada, el libro nos describe a Leonardo maduro, cincuentón,
en Milán bajo las órdenes de Ludovico el Moro, hijo
de Francesco Sforza, y sigue después con su traslado a Roma al servicio de los Borgia, su regreso a Florencia y
a Milán, y sus últimos años en Francia. En otros capítulos se rememora su
infancia y juventud en Florencia. Todas las inquietudes de Leonardo están en
esta novela biográfica de Merezhkovski, el seguidor de Leon Battista Alberti
que busca en las matemáticas el fundamento común de las ciencias y las artes,
el sabio que estudia las leyes de la física y en secreto disecciona cadáveres
para conocer la anatomía humana, el devoto de la belleza que cree que ésta debe
plasmarse en la pintura a través de un reflejo perfecto de la realidad, pero
también el ser humano que vivió atrapado en medio de tiempos difíciles,
arrastrado por los vaivenes de la política.
En la novela, también es posible ver al artista
disperso e inconstante que es incapaz de acabar muchas de sus obras, sin
olvidar las contradicciones del amante de los animales y vegetariano convencido
que no tiene inconveniente en trabajar como ingeniero militar a las órdenes de
César Borgia y diseñar para él los artefactos más mortíferos de la época. Todas
las dudas y conflictos de Leonardo quedan ante nuestros ojos en esta novela
cuyo mérito principal es la aproximación humana a alguien que ha sido visto
casi siempre desde la distancia con que se venera el genio de un mito.
Otro
atractivo del libro es la sólida reconstrucción histórica que nos ofrece la
presencia de un gran número de personajes secundarios para la novela, pero de
gran relevancia histórica. Así son retratadas las cortes de protectores de
Leonardo como Ludovico el Moro, César Borgia, Francisco I de
Francia o los papas Alejandro
VI y León X. Girolamo Savonarola y Nicolás Maquiavelo, buen
amigo de Leonardo, son mostrados también con su complicada personalidad.
Discípulos como Giovanni
Beltraffio o Francesco
Melzi, y Andrea
Verrocchio, su maestro-discípulo en la primera etapa florentina, son
actores importantes, aunque es la aparición de los genios más jóvenes que
compiten con él lo que marca el momento culminante de esta obra. En efecto,
hacia el final del libro aparece trío que forman Leonardo, Miguel Ángel y Rafael, y nos los
describe cuando eran vecinos en Roma entre 1513 y 1516. Sabidas las disputas
estéticas entre los tres genios, Merezhkovsky toma abiertamente partido por
Leonardo. Así las cosas, la pintura de Rafael se muestra como una armonía fácil
que escondía una acrítica sumisión al poder, mientras que la de Miguel Ángel
como una visión tan caótica y casi violenta que deja de lado una de las metas
fundamentales del arte. Cuando visita la Capilla Sixtina, Leonardo, a pesar de
su honda admiración "tenía conciencia de que
él aspiraba a algo más grande, más elevado que Buonarroti: a esa unión, a esa
suprema armonía que éste en perpetua discordancia, en su rebelión, en su
ímpetu, en su caos, no conocía ni quería conocer." Se descubre
aquí lo que resulta ser el velado objetivo del libro, la defensa de un arte que
partiendo de la realidad se traza el desafío y es capaz de trascenderla.
Dmitry
Merezhkovski fue un hombre inquieto que reivindicó siempre el papel de la
imaginación y el misticismo en el arte, llegando a liderar un movimiento de
"cristianos espirituales" que se oponían a la Iglesia Ortodoxa Rusa.
Aunque apoyó las revoluciones de 1905 y de febrero de 1917, con la toma del
poder por los bolcheviques se exilió en Francia, y colaboró activamente con los
blancos. Entre su extensa obra, en la actualidad resulta valiosa sobre todo su
amplia colección de biografías, entre las que El
romance de Leonardo sobresale como un hito destacado. En este
libro, su extraordinaria erudición y su talento literario le permitieron tejer
una de las semblanzas más notables que se pueden hallar del hombre que tan
genialmente retrató a Lisa
Gherardini,, esposa de Francesco del Giocondo.
En definitiva, más allá de
las intrigas de las suposiciones, de las verdades a medias, de las sospechas
sin confirmar o de las tramas ocultistas, esta novela biográfica sobre Leonardo
se sostiene hace más de un siglo, con justicia, como una obra que vale la pena
leer para entender el verdadero espíritu de esta época y la genialidad que da
Vinci representó en él.
prof. Benedicto González
Vargas
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