Como todos los chilenos saben, se acerca el 18 de septiembre, las Fiestas Patrias, el día en que celebramos la Independencia Nacional. Y para que la fiesta no sea tan corta, seguimos celebrando el 19 con el llamado Día de las Glorias del Ejército, que también es feriado.
Lo primero que hacemos es dejar de trabajar al mediodía del 17. Esa tarde es para compartir en el trabajo con los compañeros un asadito bien regado. Si hay ganas y empeño, le ponemos unas empanadas (que nosotros juramos que son chilenas) bien mojaditas con pebre (una suerte de salsa muy líquida a base de tomate y ají, además de otras hierbas). Típico que alguien canta o que se baila cueca.
Ah, ustedes se preguntarán qué es la cueca. Y yo les respondo con gran pompa, circunstancia e incluso algo de emoción, que es nuestro baile nacional. Tan nacional es nuestro baile que casi nadie lo sabe bailar —yo tampoco—, tan nacional es que quienes lo saben, tampoco lo bailan, puede ser por vergüenza o porque es más entretenido bailar cumbia. Sí, señores, cumbia. Es el baile más famoso, típico y democrático de todas las fiestas que se hacen en Chile. Los chilenos no sabemos bailar cueca, pero no hay clase social, económica o cultural, donde no se baile cumbia. Últimamente han aparecido unos ritmos similares, como el “sound”, pero no es lo mismo, es que los chilenos no podemos volverle la espalda a nuestra querida cumbia. ¿Quién no ha estado en una fiesta en Chile y no ha bailado con la Sonora Palacios, la Sonora de Tommy Rey, Pachuco y la Cubanacán o Giolito y su Combo? Pero, ¿estos chilenos, bailan pura cumbia? Se preguntarán ustedes... y nuevamente la respuesta llega rápida: ¡por supuesto que no! También nos gustan las rancheras. ¡Ah, cómo nos gustan las rancheras! Casi tanto como las cumbias... Si me permiten compartir una experiencia personal, casi íntima, puedo decirles que la primera canción que aprendí, a eso de los dos años, fue “Juan Charrasqueado”, me la enseñó una tía mía que hacía las veces de institutriz. En fin, si seguimos buscando, en tercer lugar nos encontramos con el vals peruano. Seguro que después viene el rock argentino, el axé brasileño y así sucesivamente, por eso es que para las fiestas patrias con suerte se toca una cueca (con suerte se toca, porque ya bailarla es una suerte mayúscula).
En todo caso, lo bello de nuestra fiesta está en el cielo, nuestra bandera tricolor al viento en casi todos los hogares; hubo un tiempo en que esa costumbre se perdió, pero hoy se viene recuperando. Un poco más arriba de la bandera, nuestros cielos se tiñen multicolores con los volantines (cometas, barriletes), que son algo así como nuestro juego nacional. No hay niño normal en Chile que no haya elevado alguna vez un volantín (debo ser yo, por lo tanto, bastante anormal porque jamás conseguí elevar uno ni siquiera medio metro). Lo único malo con los volantines es muchas veces son izados con “hilo curado”. ¿Qué dijo..?, se preguntará alguno... Dije “hilo curado”. Vale decir, un hilo que ha sido tratado con una solución de pegamento y cuarzo o vidrio molido, todo esto para conseguir que el hilo sea una verdadera sierra que corte a los otros volantines que se nos acercan. “Comisión” le llamamos a este no tan inocente juego que deja cientos de heridos en cada fiesta patria.
Otra cosa que hacemos los chilenos es ir a las fondas. Una especie de restaurantes improvisados con material ligero y ramas que son muy tradicionales y donde lo más importante es ir a mirar. Bueno, la verdad es que para los fonderos lo más importante es consumir, pero la “familia Miranda” pasa por todas las fondas mirando el ambiente, mirando los precios, mirando las decoraciones, mirando a los paisanos y mirando cualquier cosa que no le signifique pagar. Las fondas son tan tradicionales que todos los fonderos se pelean por ganarse la categoría de “fonda oficial”, pues la más alta autoridad del lugar debe inaugurarla. En Santiago, claro está, las inaugura el mismísimo Presidente de la República, quien se bebe un trago de chicha en cacho.
Ya, aquí va la explicación, antes de que me pregunten. La chicha es un brebaje a base de uvas fermentadas, bastante dulce y engañador. Se sirve en un cacho (cuerno) de buey o de toro adornado con cintas de colores patrios. Es que la chicha desplaza en estos días a nuestros tradicionales vinos tintos y a nuestros piscos (me habría gustado hacer una versión de este artículo especial para Perú eliminando aquello de “nuestros piscos”, pero no hubo tiempo, así que no se enojen).
El 19 de septiembre es la Gran Parada Militar en el Parque O’Higgins donde las Fuerzas Armadas y de Orden hacen lo que más les gusta hacer (aparte de los golpes de Estado, claro está): marchar. Más de quince mil soldados (entre ellos unas cuantas miliquitas y paquitas buenas mozas),1 algunos perros, unas decenas de tanques repotenciados (entiéndase dados de baja por las grandes potencias y restaurados en el “Tigre Sudamericano”) y unos pocos aviones que pasan lanzando humo tricolor.
¿Y qué creen ustedes que hacemos el 20 de septiembre? ¿Volver al trabajo? ¿descansar de la fiesta? ¿bailar cueca? ¡Uf! La penosa tarea del 20 es la más divertida: ¡recoger borrachos! Quedan tirados por todas partes, en las calles, avenidas, parques y plazas públicas, son una legión de patriotas que celebraron las fiestas patrias al pie del tonel de chicha, sorbiéndola por una manguera y gritando toda la noche: ¡Viva Chile, mierda!
- “Milico” y “Paco” son, respectivamente, los apodos que les damos a soldados y policías. El término es despectivo si no se usa en femenino y diminutivo a la vez, ahí —milagros de nuestra norma idiomática— se convierten en sustantivos llenos de lasciva ternura.
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