lunes, 19 de junio de 2006

Han sido días difíciles en Santiago de Chile. Los problemas habituales se volvieron imposibles al lado del gran problema que nos ha tenido corriendo las últimas dos semanas: los pingüinos despertaron, se tomaron las calles y pusieron en el tapete el gran problema de nuestro país: la educación.

La verdad es que todo se inició hace casi un mes, los estudiantes reclamaban —con justicia— por la decreciente calidad de nuestra educación pública, todo ello bien aderezado con exigencias cotidianas como la gratuidad en la Prueba de Selección Universitaria y del pasaje en la locomoción colectiva. Hay que reconocer que estas exigencias tienen varios años, pero esta vez supieron exponerlas con peculiar fuerza.


Todo eso no hubiera pasado de un pliego de peticiones o de una protesta de tono menor si nuestro ministro de Educación, un médico muy malo para los diagnósticos, llamado Martín Zilic, hubiese atinado alguna vez con su percepción de la realidad. De tanto minimizar la situación, los escolares secundarios empezaron a tomarse nuestros colegios, impidiendo las clases. Partieron con los emblemáticos Instituto Nacional y Liceo de Aplicación. Siguieron otros notables como el femenino Javiera Carrera, el Manuel de Salas, el Valentín Letelier, el Carmela Carvajal y otros de renombre por ser los que siempre encabezan los rankings de calidad de nuestra educación pública. Cual fichas de dominó los colegios siguieron cayendo por todo Chile. En dos semanas, hay casi un millón de alumnos sin clases producto de paros estudiantiles y tomas de establecimientos.

En medio de este tremendo lío nos perdimos la visita del presidente francés (pasó como un fantasma por Santiago), se nos terminó brutalmente el noviazgo con nuestra nueva flamante presidenta quien mostró inquietantes signos de lentitud y descoordinación en su gobierno.

Han sido semanas duras. Los estudiantes protestando en las calles, los carabineros (nuestra policía) persiguiéndolos a palos o lanzándoles agua. Nuestros estudiantes gritando y vociferando y nuestras calles, plazas y lugares públicos convertidos en un lío.

Santiago de Chile se ha llenado de pingüinos1 vociferantes pero ahora tienen a todo el país encantado con su impresionante organización, coordinación, habilidad y muñeca negociadora. Cuando el gobierno los minimizaba, apretaban la presión y agobiaban al oficialismo que llamaba a conferencias de prensa para decir sólo cosas incoherentes. Vimos ministros contradiciendo a ministros y subsecretarios reemplazando a sus jefes. Dos cabezas de oficiales superiores policiales rodaron por la represión brutal a nuestros pingüinos y por haber golpeado también con especial saña a los chicos de la prensa.2

Tuvo que salir la mamá por televisión a ordenar la casa. La casa se desordenó por más de dos semanas y no sabemos cómo va a acabar el asunto. Pero nuestra mamita Bachelet salió a calmar los ánimos con unas pastillitas que según nuestros despiertos ministros son muy caras, pero que para los alumnos3 no son más que pastillitas.

En fin, estos chicos han demostrado pensar bien, hablar bien, actuar bien y hacer casi todo bien, lo que los califica infinitamente para hacerles clases a sus profesores y autoridades. Debiéramos mandarlos al Parlamento y enviar a nuestros políticos a clases.

Ya lo sabes: si vas para Chile y ves a un pingüino, piénsalo dos veces antes de mirarlo como un alumno; será pingüino, pero sabe lo que hace.


Notas
  1. Nombre simpático y cariñoso (ignoro si ellos lo sienten así) que les damos a nuestros escolares, debido al color de los uniformes en que los tonos azul oscuro y blanco los hacen parecer a la distancia verdaderos pingüinos. Para ser honestos, también les decimos así a las monjas, pero en esta ocasión (ni nunca que yo sepa) no han salido a la calle a protestar.
  2. Hay ocasiones en que la ineptitud llega a ser insultante: ¡no se puede golpear a un periodista mientras su camarógrafo te está grabando! Seamos claros, no se debe golpear a un periodista nunca, pero, ¿además exhibiéndose? Digno de Santiago de Ripley.
  3. Nunca antes esta palabra fue más absurda en Chile. Los ignorantes, o sea los alumnos, resultaron mejores organizadores que todas nuestras autoridades ¡juntas! Desde ahora debemos eliminar este término insultante de nuestros diccionarios y decirles: estudiantes, es lo que corresponde. Nada de alumnos, ¡ellos son la luz! ¿o serán, niños índigo? Así les dicen ahora

prof. Benedicto González Vargas
Artículo publicado por primera vez en Revista Letralia, en junio de 2006

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