sábado, 5 de abril de 2008

Acodado en las estrellas

Se fue en silencio, como lo hizo casi todo en la vida; de hecho, en Chile hay mucha gente para quien el nombre de Hugo Correa no dice nada. Es más, probablemente un alto porcentaje de los lectores de nuestra Letralia no sepan quién fue este escritor chileno a quien admiro más que a muchos y que me provocó un verdadero dolor en el alma cuando mi amigo Roberto Pliscoff me contó de su muerte hace algunos días atrás.

¿Quién fue Hugo Correa? El más grande escritor chileno de ciencia ficción, hombre de pluma brillante que supo ser reconocido por los lectores de Estados Unidos y Europa; de hecho, el propio Ray Bradbury propició que fuera publicado por primera vez en Estados Unidos en la muy famosa The Magazine of Fantasy Science Fiction.
Pero en Chile es un desconocido y su fallecimiento, acaecido el domingo 23 de marzo a los 81 años, no trajo consigo homenajes, ni recuerdos, ni crónicas en los diarios, como sí los han tenido otros cuya trascendencia internacional es, sin duda, menor. Es que Hugo Correa fue de los primeros que se atrevieron —a mediados del siglo XX—, a escribir ciencia ficción en un país donde el desarrollo tecnológico se veía a la distancia, tras los gruesos e insulares cristales de esta patria lejana encajonada tras el desierto nortino, la cordillera andina, el polo antártico y el Océano Pacífico. Tal vez hoy Chile haya salido al mundo y ande compulsivamente firmando tratados de libre comercio, pero en la década del 50, claramente éramos una isla que no tenía satélites artificiales, ni astronautas, ni computadoras, ni nada que nos acercara a la carrera espacial desatada que tenían las potencias de la época. 

Hombre valiente, que se atrevió a abrir camino en un género literario donde Chile no destaca y al que nuestros miopes académicos de la literatura han colgado la etiqueta de género de tercer orden.

Se nutrió, el bueno de Hugo Correa, de los talentos de Julio Verne, de Herbert George Wells, de Isaac Asimov, pero también de clásicos de historietas 

En 1959 apareció su novela Los altísimos, que para quienes disfrutamos el género y para quienes seguimos la trayectoria de don Hugo, es un libro de culto, un libro que es necesario reeditar en Chile y elevarlo a la categoría de clásico que le han asignado quienes verdaderamente saben en Latinoamérica de la literatura de ciencia ficción. Esta obra, que narra el futuro encuentro entre seres humanos y una raza extraterrestre, le ganó rápidamente merecida fama y pavimentó el apoyo ya mencionado más arriba de Ray Bradbury.

Dos años después publicó El que merodea en la lluvia (1961), que narra una invasión extraterrestre en el más autóctono campo chileno.

Luego vendrían Los títeres (1969), Cuando Pilatos se opuso (1971), Los ojos del diablo (1972), Donde acecha la serpiente (1988) y La corriente sumergida (1988), todos con gran reconocimiento internacional entre los expertos y seguidores del género.

No se crea, en todo caso, que no incursionó en otros géneros. Lo hizo y en gran forma, de hecho incursionó exitosamente en el teatro como dramaturgo.

Se ha ido Hugo Correa y se ha ido sin grandes premios en Chile, sin reconocimientos, sin honores. Fue un precursor que señala el camino a nuestros actuales valores en el género. Para quienes tuvimos el honor de conocerlo, nos hará falta su figura menuda, su cabellera blanca, su paso lento y descompasado, pero sobre todo su talento enorme para imaginar historias en las estrellas y advertirnos de los riesgos de deshumanización en los mundos altamente tecnologizados, pero desprovistos de valores.

Se ha ido Hugo Correa y, seguramente, ya estará escribiendo historias acodado en las estrellas. De hecho, me pareció ver una nueva luz en el firmamento.

prof. Benedicto González Vargas

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