jueves, 18 de marzo de 2010

La tentaciòn del ladrillo

El inicio de clases, volver a retomar la vida habitual sabiendo que muchos compatriotas no pueden hacerlo, pero sobre todo los permanentes movimientos sísmicos que hemos tenido en las últimas dos semanas, me han impedido -más por ánimo que por falta de tiempo- volver a escribir en este blog. No obstante, no he pensado dejarlo a la deriva, como algunos me preguntaron, fue sólo un descanso para ordenar ideas y repensar qué es lo verdaderamente importante en nuestras vidas. Mis otros espacios virtuales, donde buenos amigos me permiten escribir, como el Club de Lectura, la Revista Letralia (Venezuela) y otros, han corrido la misma suerte. No es que sea difícil escribir cuando se mueve el planeta con tal violencia (de hecho pude terminar un cuento sobre un terremoto que había empezado varios meses atrás y no había logrado acabar), sino que es necesario tomarse el debido tiempo para meditar respecto de lo importante, lo necesario y lo urgente. Tres carriles que no siempre andan juntos. Sin embargo, no he dejado de leer sobre Educación, Literatura y Espiritualidad, que son mis tres pasiones y mis tres haceres fundamentales. De hecho, el día de ayer me encontré con un lúcido artículo de Mario Waissbluth, llamado "la tentación del ladrillo" que me parece importante conocer y difundir. De más está señalar que comparto casi todo lo que dice Mario, mis matices de diferencia con su opinión son menores y los expondré luego. 


El artículo en cuestión, publicado originalmente en la revista Qué Pasa, es una mirada seria y ponderada respecto de cómo debemos reconstruir nuestra educación pública, que venía de tumbo en tumbo en relación con la calidad, aunque ya había superado cualquier asomo de falta cobertura. El terremoto, que afectó a la mayoría de las escuelas y liceos de las zonas devastadas por el seísmo, nos volvió a dejar con menos escuelas de las necesarias y otra vez la cobertura es un tema no menor y urgente. La tentación, derechamente, es que las autoridades opten por levantar de nuevo los colegios caídos, algo por demás urgente y necesario, pero no podemos olvidar que la promesa original del gobierno, cuando aún no era electo y estaba en campaña, era mejorar la calidad. Y este terremoto es la oportunidad para hacer ambas cosas a la vez. Con sentido de urgencia, pero con meditada  y creativa prolijidad debiéramos aprovechar para que las nuevas escuelas, provisorias o definitivas que levantemos, sean verdaderamente nuevas en un sentido educativo, pedagógico y metodológico que impulse los cambios que tanto necesita nuestra educación pública.

Toda crisis es una oportunidad y nuestra oportunidad es recuperar lo perdido y tener algo de mejor calidad que lo que había antes. Es cierto que es más fácil (y más caro) levantar escuelas que hacerlas mejores. Los gobiernos, necesitados de la aprobación ciudadana deben mostrar obras concretas y la tentación del ladrillo, como dice Waissbluth, es grande. Meter la mano en la billetera fiscal para reconstruir el edificio es costoso, pero fácil y posible de hacer. Meter mano en el currículo, mejorar estándares de calidad, implementarlos, mover la parsimonia metodológica de muchos docentes, desatar la creatividad y empezar a desarrollar competencias y habilidades para el siglo XXI es mucho, muchísimo más difícil, aunque sea más barato. Peor aún, la opinión pública, cuando no se informa,  sólo tiene herramientas para aplaudir la inauguración de nuevas escuelas, ni se enterarará de la inauguración de una mejor calidad.

Los invito  a leer el artículo del líder de Educación 2020, que reproduzco in extenso:
La tentación del ladrillo
En educación, la gran oportunidad que nos abre el terremoto es, de veras, "hacer las cosas bien" y no sólo "reconstruir bien". Pero, la tentación del ladrillo es casi inevitable. La sensación de crisis irá disolviéndose con el correr de las semanas, y la presión política sobre el gobierno central, los intendentes y los alcaldes por "cortar cinta", irá in crescendo

"La educación está terremoteada. Por partida doble. A los ya reconocidos problemas de calidad, inequidad y segregación, se sumó un cataclismo equivalente a que un terrorista explotara simultáneamente a lo largo de la costa damnificada un millón de bombas atómicas de Hiroshima. Con este Richter 8,8 la sacamos muy barata. Basta comparar las consecuencias humanas y materiales de los 10 mayores sismos registrados en la historia. 
Pero la situación en la educación es grave. Las proyecciones preliminares arrojan entre 200 y 300 mil niños con colegios que, o están derrumbados, o en necesidad de reparaciones que hacen imposible su utilización por un largo tiempo. El  total de escuelas en necesidad de reparaciones mayores, menores o reposición total, estará entre 2 y 3 mil, y las cifras serán difíciles de precisar conpletamente por algunas semanas. Todo lo recaudado en la gloriosa jornada, porque fue gloriosa, de Don Francisco, representa aproximadamente un 2%- 3% del costo de la reconstrucción, tan sólo en educación. 
A esto debemos agregar centenares de miles de niños con algún grado de estrés postraumático, cuyos padres lo tienen, sus profesores también, y que desconocemos y no sabemos dimensionar. En grado menor, mayor o grave mis nietos también lo tienen. Agreguemos problemas de acceso físico, equipamiento, útiles escolares, conectividad, telecomunicaciones, energía, licencias de profesores, familias damnificadas de profesores, necesidad de relocalización y transporte de alumnos, conversión de escuelas a doble jornada, escuelas portátiles en containers, etc. La complejidad y envergadura del terremoto Transantiago, por decir algo que los capitalinos dimensionan, es similar, y no va a tomar menos tiempo enrielarlo. 
Muchos comentaristas han escrito sobre la necesidad y oportunidad de reinventar Chile en muchas dimensiones. El excelente modelo de Elemental en vivienda, un nuevo sistema nacional de protección de riesgos y manejo de emergencias, nuevos códigos y normas de construcción, nuevos enfoques de planificación territorial y urbana, y sobre todo, adquirir una renovada cultura de "hacer las cosas bien". Por cierto, adivine de dónde nos viene la cultura de "hacer las cosas no tan bien". 
Educación 2020 hace un llamado enfático para que aprovechemos la oportunidad de resolver los dos terremotos de la educación y no sólo uno. No caigamos en la "tentación del ladrillo", es decir, una epidemia de cortes de cinta en que muchas autoridades y alcaldes inauguren orgullosamente un container de emergencia para sustituir a la escuela 245, con la foto del beso a un escolar. Lo que importa no es el container, sino lo que ocurra dentro del container. 
Voy a ser duro y realista. En muchas escuelas vulnerables, aquellas que andan entre 180 y 250 puntos de Simce, tanto municipales como particulares subvencionadas, no va a hacer mucha diferencia cognitiva si un niño pierde o no un semestre, si es que la calidad de la educación que está recibiendo hoy lo condena a egresar de secundaria sin entender lo que lee. Por cierto, hay que volverlos a clases lo antes posible, aunque más no sea para solucionarles el problema a sus padres, alimentarlos, y resolverles sus problemas más dramáticos. Valga la redundancia, las medidas de emergencia son urgentes. Educación 2020 ya se puso a disposición de la ministra anterior y del ministro actual para ayudar, y lo estamos haciendo. 
¿Y si lo vemos como oportunidad? ¿Hay que reconstruir dos escuelas unidocentes con 30 alumnos cada una o más vale fusionarlas? ¿No es acaso esta la ocasión para revisar la red escolar, su demografía, y la sobreinversión en infraestructura previamente efectuada en algunos lugares? 
Hay un tema aún más profundo. Educación 2020 ha insistido hasta la saciedad, y lo seguiremos haciendo, en la crucial relevancia de contar con directores de escuela con elevado liderazgo, verdaderos líderes comunitarios, capaces de gestionar su escuela en lo administrativo y lo pedagógico. Éste es un desafío de formación de una nueva generación de directivos, de coaching de muchos ya existentes (harto que lo van a necesitar), de mejora de sus magras remuneraciones, de recursos para que los municipios puedan retirar a los directores deficientes que pierdan los concursos, y de revisión y mayor exigencia de las reglas de concursabilidad. 
Los buenos directivos escolares se hacen hoy doblemente necesarios. ¿Quién sino buenos directivos, con carisma, pueden convertirse en líderes de su zona damnificada, no sólo en materia escolar, sino también de organización social, movilización de las empresas en la zona, y uso de la escuela para otros propósitos de la comunidad? 
El costo de esta "inversión blanda" debe ser un vigésimo del costo de los ladrillos. Lo mismo podemos decir de la urgente necesidad de mejorar las escuelas de pedagogía, becas más atractivas para promisorios estudiantes de pedagogía, más estímulo a los profesores excelentes, mejor administración de la subvención diferenciada, revisión del sistema de acreditación universitaria, comenzar a negociar la Carrera Docente. La gran oportunidad que nos abre el sismo en educación es, de veras, "hacer las cosas bien" y no sólo "reconstruir bien". 
Pero... la tentación del ladrillo es casi inevitable. La sensación de crisis ira disolviéndose con el correr de las semanas, y la presión política sobre el gobierno central, los intendentes y los alcaldes por "cortar cinta" irá in crescendo. Los van a medir una vez más por la tasa de ejecución del gasto, si no el gobierno, entonces la prensa y la ciudadanía. Se van a ir acercando las elecciones municipales, y la presión irá aumentando. Las fotos del beso se convertirán en un bien cada vez más preciado. 
En Educación 2020, para decirlo en negativo, nos da terror que el sismo se traduzca, una vez más, en otro cuatrienio en que los ladrillos hayan primado sobre la calidad, porque son medidas "políticamente fáciles", por difíciles que sean en lo logístico y financiero. Dicho en positivo, con la suficiente osadía e imaginación, ésta es la gran ventana de oportunidad para la educación. No la dejemos pasar. No caigamos en la tentación del ladrillo." 
Suscribo casi enteramente de las palabras de Mario Waissbluth, a quien tuve la oportunidad de conocer al inicio de esta cruzada en un almuerzo en un club capitalino, donde un grupo de amigos de una institución importante, lo invitamos a almorzar para conocer mejor sus ideas. Comparto con él, desde aquella ocasión su sentido de urgencia en el cambio educativo y suscribo plenamente su declaración de principios y su plan de mejoramiento. Del artículo en comento, sólo no concuerdo con el párrafo referido a que no habrá diferencia si un estudiante entra hoy o un semestre más tarde a clases en las escuelas vulnerables. Es cierto que él restringe su comentario a lo cognitivo, pero una educación es mucho más que sólo ésa dimensión.  Por otra parte, incluso desde lo cognitivo es urgente que los alumnos vuelvan a clases aún en escuelas de mala calidad, hay ritmos y hábitos necesarios de mantener. Hay una pérdida de hábitos (de lectura, de cálculo, de investigación, de disciplina) si permanecen demasiado tiempo en casas precarias, muchos en carpas, por temor a nuevos sismos donde la familia, ya incapacitada desde antes para apoyar la actividad escolar, tendrá ahora más necesidades de supervivencia y muchísimo menos tiempo para algo tan poco visible, en el corto plazo, como la escolarización significativa de un niño.
Es más, probablemente esos padres requieran con urgencia que sus hijos vuelvan a clases para tener ese tiempo, libre de cuidados de los infantes, disponible para reconstruir sus propias casas y plan de vida familiar. Además, como recuerda Mario, la escuela es lugar donde reciben desayunos y almuerzos  y donde estarán bien cuidados y atendidos. Me parece necesario hacer una precisión: Nuestras escuelas vulnerables, con bajos resultados en los índices de calidad, no son malas porque sus profesores sean malos. Lo son, porque les ha faltado liderazgo académico a sus directores, porque el currículo oficial es arcaico y paralizante, porque los contenidos y la forma de entregarlos no están a la altura del mundo moderno, porque no se toman en cuenta  los conocimientos propios de cada niño para construir aprendizaje desde allí, porque no se fomenta la investigación y el emprendimiento, porque seguimos enseñando como aprendimos nosotros, hace cuarenta o más años, pensando que el mundo sigue igual.
Sin duda los maestros deben cambiar su forma de enseñar, sin duda el Ministerio debe mejorar las propuestas educativas, sin duda debemos construir escuelas mejores en lo estructural, pero también en lo académico, pero no podemos decir que da lo mismo que un niño pierda un semestre de clases. Entiendo, en lo profundo, lo que quiere decir Mario, pero no todos lo entenderán y creo que había mejores redacciones para esa idea. No obstante, es un artículo lúcido, inteligente, pertinente, apropiado, que ojalá las autoridades lean y tomen de él inspiración e ideas para mejorar. Gracias a ustedes, amables lectores, por este reencuentro. 

prof. Benedicto González Vargas

Para leer el artículo original en Qué Pasa, pinche aquí

2 comentarios:

  1. Anónimo, dice:
    19 marzo 2010

    Benedicto, desde mi querida Talca es tanto lo que hay que hacer y es tal la pena, que tampoco he encontrado la fuerza para actualizar mi blog. Toda palabra, todo tema me parece irrelevante, superfluo o de lo contrario, redundante. Creo que tu post me da ánimo para escribir precisamente desde este tema ¿Qué escuela soñamos? Gracias

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    1. prof. Benedicto González Vargas, dice:

      Tengo un cariño inmenso por Talca y Constitución, hermosos recuerdos de infancia están ligados a tu región. Mi abuela vivió en Talca muchos años y varias veces viajé allí solo o con mi familia, la calle se llama O'Higgins a unas diez o veinte cuadras de la Estación Ferroviaria. Constitución la visité sólo una vez, en el buscarril, este año le dije a mis esposa que quería llevar a mis niñitas a vivir esa experiencia, no tuvimos tiempo y no fuimos, quedó para más adelante. He visto por fotos la locomotora y los vagones tirados en alguna parte del balneario. Ojalá que rescaten ese patrimonio cultural que fue el ramal de Constitución. La vida debe seguir y tenemos la enorme tarea de transmitírselo a los niños. El jueves, estábamos en clases, preparados para ver el cambio de mando con nuestros estudiantes en cada sala donde había televisor. El sismo de 6,9 nos mandó a todos al patio, a consolar niños asustados, a contener con prudencia y amabilidad a apoderados que sólo querían llevarse a sus hijos a los riesgos de la calle y sus propios edificios. A apoyar a colegas que no estaban en ánimo de enfrentar esa contingencia y, sin embargo, debían cumplir sus labores. Yo llevo dos semanas sin contestar comentarios y este es el primero que me hace sentido. Tenemos que volver a la vida, dándole más sentido al espíritu, sin olvidar la materia y devolviéndole más amor a nuestra Tierra que el que le hemos dado. La Tierra es un ser vivo, y la estamos maltratando. ¿Cómo enseñamos eso a los niños en medio de este caos? Seguimos siendo importantes y no podemos fallarles. Un abrazo afectuoso, Benedicto

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