sábado, 2 de julio de 2011

Educación y tolerancia


Cuando hablamos de educación y tolerancia, nos estamos refiriendo a una habilidad relacional-social de gran importancia para la formación de nuestros niños y jóvenes, que es necesario transmitir no sólo a nivel teórico, sino que también en el ejemplo que el docente entrega a sus estudiantes. Nuestro actual sistema educativo no está siendo adecuado para transmitir algunos valores, especialmente uno tan importante como la tolerancia. Las habilidades sociales y relacionales de los estudiantes nos muestran que hay aspectos que están poco logrados.  Por otra parte, no hemos configurado en nuestros estudiantes modelos de pensamiento, análisis y reflexión que los ayuden a establecer relaciones humanas necesarias para insertarse adecuadamente en la vida social. Las habilidades sociales y relacionales son hoy fundamentales para el éxito en el mundo moderno y cruciales si hablamos de una verdadera educación para el emprendimiento.


La humanidad ha transitado por la historia a través del desarrollo de las ideas, pero también aprendiendo a relacionarse socialmente, superando dificultades entre clanes, tribus, naciones y razas, aún estamos en ese proceso, pero desde las cavernas, algo hemos avanzado en ello y la educación ha tenido mucho que ver. Nuestro sistema educativo actual obedece a una dinámica de la revolución industrial, con una actualización que no va más allá del fin del siglo pasado. Dicho en otros términos, estamos utilizando modelos ya obsoletos y que no sirven para educar a los estudiantes del siglo XXI.

El tipo de mundo de fines del siglo XX está desapareciendo rápidamente, acarreando con ello problemas de convivencia. Tenemos una educación academicista, materialista, competitiva y separatista que, como efecto buscado o no, está induciendo a los estudiantes a pensar que el éxito reflejado en la posesión de valores materiales es lo más importante, que sus creencias, su país,  su entorno cercano es lo más importante y por consecuencia de ello, los otros entornos, los otros países, las otras creencias  y los otros valores, son de menor importancia. Querámoslo o no estamos entregando una educación distorsionada por prejuicios sociales, nacionalistas y religiosos que provocan una desmesurada exigencia de los propios derechos y una escasa responsabilidad con los propios deberes. Estamos creando una generación caracterizada por el egoísmo, una fuerte inclinación a las posesiones materiales y una escasa conciencia de los deberes para con el resto de la humanidad y el medio ambiente.

¿Cómo elaborar una propuesta educativa que revierta esto? Probablemente, abriendo más las orejas y aguzando la mirada para encontrar un grupo minoriotario aún, pero crecientemente numeroso, que trabaja por la paz mundial, por proteger los recursos del planeta y, especialmente, por mejorar las relaciones humanas. De ellos debemos aprender. En todas las sociedades existen fricciones, pero hay que luchar por eliminar los factores que atentan contra las relaciones humanas. Hace poco hubo un partido de fútbol entre Chile y Perú, los foros de internet se llenaron de comentarios que se remontaban a la Guerra del Pacífico, que se gestó hace 132 años y hubo otros que fueron más atrás, al imperio incaico y sus luchas contra los mapuches. ¿Tiene sentido ello? ¿Estaremos cometiendo errores en la enseñanza de la Historia? ¿Por qué tenemos que enseñar tanto la historia de las luchas, de las guerras, de las fricciones, de las agresiones y no sobre las ideas nobles, los avances que han desarrollado a las naciones y han acentuado su creatividad? Los profesores de la hora actual son los llamados a sembrar las semillas del futuro, para enseñar a nuestros estudiantes formas relacionales mejores en la búsqueda de un ambiente de mayor afecto, tolerancia y comprensión entre las generaciones.

La educación debe enfocarse en la transmisión de contenidos con valor agregado, con desarrollo de habilidades y capacidades, pero también en un ambiente de armonía y sensatez. Una educación que se enfoque a razonar a partir de las causas y los efectos, que le dé importancia a la forma en que decimos las cosas, que se ocupe de la perseverancia en el esfuerzo, que comprenda y se prepare para los vaivenes de la vida que a veces nos hacen poner los pies en baldosas relucientes y otras, en baldosas oscuras. Por otra parte, cada d{ia es más importante el respeto a la diversidad y cada vez nos damos cuenta cómo muchas instituciones educativas enfocan gran parte de sus reglamentos precisamente en la uniformidad. El respeto a la diversidad es un  factor fundamental, pero eso no significa aceptar cualquier pluralidad desordenada. No podemos permitir una tolerancia en que todo vale, porque eso llegaría a convertirse en una permisividad absoluta. Y lo que estamos teniendo es, curiosamente, eso. Los estudiantes, especialmente los de sectores municipalizados, están siendo cada vez más intolerantes con el resto, con sus compañeros, con sus padres, con sus docentes, pero exigen cada vez más respeto a sus propios deseos, llegándose a límites que superan la permisividad más irracional y menos apta para un proceso de enseñanza-aprendizaje.

Hoy en día muchos docentes sienten que con mucho respeto pueden sugerir cosas en la sala de clases, pero no se les respeta a ellos ni se les aceptan sus sugerencias. El docente ya no tiene la facultad para imponer. Una tolerancia activa no consiste en aceptar cualquier cosa y respetar toda diferencia, si ellas atentan contra la integridad de los demás. Tanto el dogmatismo como el relativismo son peligrosos. Un permiso sin límites para hacer cualquier cosa, es pernicioso. En no pocos lugares podemos ver el absurdo de que se cree que todo lo diverso es bueno sólo por el simple hecho de ser distinto, pero una tolerancia mal entendida, que está obligada a tolerar lo intolerable, es incapaz de prohibir nada.  Para complicar más aún el panorama, se ha generado una cultura de la indiferencia, donde los no incumbentes directos en los conflictos, se abstienen de dar su mirada, su opinión, su juicio o tomar partido, restando su colaboración a lo que podría ser un esfuerzo colaborativo de mejora.

En definitiva, tenemos que cambiar el enfoque de nuestra educación, atendiendo  las habilidades relacionales, usando la tolerancia, pero una tolerancia que sea capaz de discernir cuando en algo es mayor el daño que el beneficio  que produce permitirlo. Una educación para el siglo XXI es urgente, pero debemos hacer grandes esfuerzos para estar a la verdadera altura de las necesidades actuales.

prof. Benedicto González Vargas

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