Cuando hablamos de educación y tolerancia, nos estamos refiriendo a
una habilidad relacional-social de gran importancia para la formación de
nuestros niños y jóvenes, que es necesario transmitir no sólo a nivel
teórico, sino que también en el ejemplo que el docente entrega a sus
estudiantes. Nuestro actual sistema educativo no está siendo adecuado
para transmitir algunos valores, especialmente uno
tan importante como la tolerancia. Las habilidades sociales y
relacionales de los estudiantes nos muestran que hay aspectos que están
poco logrados. Por otra parte, no hemos configurado en nuestros
estudiantes modelos de pensamiento, análisis y reflexión que los ayuden a
establecer relaciones humanas necesarias para insertarse adecuadamente
en la vida
social. Las habilidades sociales y relacionales son hoy fundamentales
para el éxito en el mundo moderno y cruciales si hablamos de una
verdadera educación para el emprendimiento.
La humanidad ha transitado por la historia a través del desarrollo de
las ideas, pero también aprendiendo a relacionarse socialmente,
superando dificultades entre clanes, tribus, naciones y razas, aún
estamos en ese proceso, pero desde las cavernas, algo hemos avanzado en
ello y la educación ha tenido mucho que ver. Nuestro sistema educativo
actual obedece a una dinámica de la revolución industrial, con una
actualización que no va más allá del fin del siglo pasado. Dicho en
otros términos, estamos utilizando modelos ya obsoletos y que no sirven
para educar a los estudiantes del siglo XXI.
El tipo
de mundo de fines del siglo XX está desapareciendo rápidamente,
acarreando con ello problemas de convivencia. Tenemos una educación
academicista, materialista, competitiva y separatista que, como efecto
buscado o no, está induciendo a los estudiantes a pensar que el éxito
reflejado en la posesión de valores materiales es lo más importante, que
sus creencias, su país, su entorno cercano es lo más importante y por
consecuencia de ello, los otros entornos, los otros países, las otras
creencias y los otros valores, son de menor importancia. Querámoslo o
no estamos entregando una educación distorsionada por prejuicios
sociales, nacionalistas y religiosos que provocan una desmesurada
exigencia de los propios derechos y una escasa responsabilidad con los
propios deberes. Estamos creando una generación caracterizada por el
egoísmo, una fuerte inclinación a las posesiones materiales y una escasa
conciencia de los deberes para con el resto de la humanidad y el medio
ambiente.
¿Cómo elaborar una propuesta educativa que revierta esto?
Probablemente, abriendo más las orejas y aguzando la mirada para
encontrar un grupo minoriotario aún, pero crecientemente numeroso, que
trabaja por la paz mundial, por proteger
los recursos del planeta y, especialmente, por mejorar las relaciones
humanas. De ellos debemos aprender. En todas las sociedades existen
fricciones, pero hay que luchar por eliminar los factores que atentan
contra las relaciones humanas. Hace poco hubo un partido de fútbol entre Chile y Perú, los foros de internet
se llenaron de comentarios que se remontaban a la Guerra del Pacífico,
que se gestó hace 132 años y hubo otros que fueron más atrás, al imperio
incaico y sus luchas contra los mapuches. ¿Tiene sentido ello?
¿Estaremos cometiendo errores en la enseñanza de la Historia? ¿Por qué
tenemos que enseñar tanto la historia de las luchas, de las guerras, de
las fricciones, de las agresiones y no sobre las ideas nobles, los
avances que han desarrollado a las naciones y han acentuado su
creatividad? Los profesores de la hora actual son los llamados a sembrar
las semillas
del futuro, para enseñar a nuestros estudiantes formas relacionales
mejores en la búsqueda de un ambiente de mayor afecto, tolerancia y
comprensión entre las generaciones.
La educación debe enfocarse en la transmisión de contenidos con valor
agregado, con desarrollo de habilidades y capacidades, pero también en
un ambiente de armonía y sensatez. Una educación que se enfoque a
razonar a partir de las causas y los efectos, que le dé importancia a la
forma en que decimos las cosas, que se ocupe de la perseverancia en el
esfuerzo, que comprenda y se prepare para los vaivenes de la vida que a
veces nos hacen poner los pies en baldosas relucientes y otras, en baldosas oscuras. Por otra parte, cada d{ia
es más importante el respeto a la diversidad y cada vez nos damos
cuenta cómo muchas instituciones educativas enfocan gran parte de sus
reglamentos precisamente en la uniformidad. El respeto a la diversidad
es un factor fundamental, pero eso no significa aceptar cualquier
pluralidad desordenada. No podemos permitir una tolerancia en que todo
vale, porque eso llegaría a convertirse en una permisividad absoluta. Y
lo que estamos teniendo es, curiosamente, eso. Los estudiantes,
especialmente los de sectores municipalizados, están siendo cada vez más
intolerantes con el resto, con sus compañeros, con sus padres, con sus
docentes, pero exigen cada vez más respeto a sus propios deseos,
llegándose a límites que superan la permisividad más irracional y menos
apta para un proceso de enseñanza-aprendizaje.
Hoy en día muchos docentes sienten que con mucho respeto pueden
sugerir cosas en la sala de clases, pero no se les respeta a ellos ni se
les aceptan sus sugerencias. El docente ya no tiene la facultad para
imponer. Una tolerancia activa no consiste en aceptar cualquier cosa y
respetar toda diferencia, si ellas atentan contra la integridad de los
demás. Tanto el dogmatismo como el relativismo son peligrosos. Un
permiso sin límites para hacer cualquier cosa, es pernicioso. En no
pocos lugares podemos ver el absurdo de que se cree que todo lo diverso
es bueno sólo por el simple hecho de ser distinto, pero una tolerancia
mal entendida, que está obligada a tolerar lo intolerable, es incapaz de
prohibir nada. Para complicar más aún el panorama, se ha generado una
cultura de la indiferencia, donde los no incumbentes directos en los
conflictos, se abstienen de dar su mirada, su opinión, su juicio o tomar
partido, restando su colaboración a lo que podría ser un esfuerzo
colaborativo de mejora.
En definitiva, tenemos que cambiar el enfoque de nuestra educación,
atendiendo las habilidades relacionales, usando la tolerancia, pero una
tolerancia que sea capaz de discernir cuando en algo es mayor el daño
que el beneficio que produce permitirlo. Una educación para el siglo
XXI es urgente, pero debemos hacer grandes esfuerzos para estar a la
verdadera altura de las necesidades actuales.
prof. Benedicto González Vargas
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