lunes, 18 de enero de 2016

El sustituto, de Don Winslow

He hurgado entre los textos no leídos de mi biblioteca personal y luego de no poder decidirme por alguno de los cientos de títulos que esperan su oportunidad de lectura, he preferido que el azar me llevara a alguna obra, en la esperanza de encontrar algo interesante o, al menos, entretenido. Fue así como inicié la lectura de la primera obra del ahora muy conocido Don Wislow quien, según los escasos antecedentes de la solapa, es un investigador privado estadounidense que ha trabajado en Estados Unidos y el Reino Unido. Por la portada, además, me entero que la obra recorrerá los senderos del narcotráfico y que una dosis importante de violencia está asegurada. Debo confesar que inicio la lectura sin demasiadas expectativas.


La obra empieza contándonos que Tim Kearney, un delincuente de poca monta, se ha cargado en la cárcel a uno de real importancia y que su suerte –morir en los pasillos carcelarios– está echada. También nos cuenta la historia de un legendario narcotraficante, Bobby Z, que está desaparecido, dejando abandonados negocios e influencias.
Sin demasiada inquietud literaria (aunque bien podría ser esto atribuible a una mala traducción), nos encontramos al tal Kearney enfrentado una propuesta de la DEA –encarnada por el oscuro personaje que es el agente Tad Grusza–, que es imposible de rehusar: ocurre que él es idéntico a Bobby Z y debe reemplazarlo en una operación que permitirá atrapar a importantes narcotraficantes de California, entre los que se encuentra el temido jefe don Huertero. Tim, que no tiene ni la cultura, ni la simpatía, ni mucho menos la experiencia de Bobby Z es sometido a un intenso plan de entrenamiento que incluye actividad física, intelectual, delictual, gestual y todo aquello que permita al sustituto desarrollar eficazmente su misión. Tras la captura de los narcotraficantes, Tim, con una nueva identidad, quedará libre y habrá salvado de la muerte segura que le esperaba en la celda, a manos de los otros reos. Lo que Tim no sabe es que el trato que le proponen solo busca convertirlo en una carnada, en un fusible, que será desechado y dejado a su suerte cuando ya no sea útil.
La trama de la novela, que se empina por sobre las 290 páginas, nos habla del mundo de la delincuencia, del narcotráfico, de los arsenales impresionantes con los que cuenta esta millonaria industria delictual, nos habla de las costumbres de quienes han optado por esta vida de drogas, dinero, sexo y violencia y de cómo la policía y las agencias investigadoras, no siempre con buenas artes ni principios altruistas, son parte también de esta maquinaria autodestructiva y adictiva a la vez.
Tal vez lo más llamativo de la novela, es el pincel psicológico que se aplica al protagonista, un buscavidas que solo quiere evadir la muerte, eludir sus responsabilidades y, dentro de lo posible, quedarse con una tajada del dinero de Bobby Z que, al parecer, ya nunca volverá a recuperarlo. En el camino, irán aflorando desconocidos sentimientos de responsabilidad que lo van a involucrar con el pequeño hijo de Bobby y con una de las mujeres del legendario traficante. Por ellos hará cosas absurdas, como ponerse en riesgo evidente y jugar todas sus fichas a adueñarse de esa familia ajena con propiedad y sentimientos profundos y verdaderos, aunque la razón aconsejase poner kilómetros de distancia y mantenerse en el papel que debe actuar sin interferencias emocionales.
Sin embargo, me parece, que el personaje mejor logrado es un estrafalario y deschavetado admirador de Bobby Z, llamado Ida, que es tenido por loco en su pueblo y que conoce al dedillo las historias, aventuras y hazañas del brillante criminal. Ida es la bisagra que permite al autor articular el desenlace de la novela, el que, aunque forzado y poco creíble, igual permite valorar la notable caracterización de este loco de atar.
Novela entretenida, de rápida lectura, sin mayores intenciones literarias, pero que nos abre los ojos a un mundo desconocido en sus implicaciones internas, aunque hoy, cada día más, la televisión y el cine nos están trayendo estas historias de narcotraficantes que se convierten en héroes locales, en leyendas para sus vecinos, mientras llenan de miseria y dolor a tantos hijos ajenos.
No me parece una obra que valla a perdurar en el tiempo, pero si la ven en algún escaparate y quieren alguna lectura liviana de vacaciones, El sustituto, de Don Wislow, puede ser una opción.

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