viernes, 10 de enero de 2014

El emperador, de Riszard Kapuscinski

El polaco Riszard Kapuscinski fue uno de los más notables periodistas investigadores contemporáneos, pero además cultivó el ensayo, la Historia, la Poesía, un intelectual completo. Él es el autor de la notabloe obra que quiero comentar hoy: El Emperador, una profunda investigación sobre el controvertido Emperador de Etiopía, Haile Selassie.

Kapuscinski visitó Etiopía con ocasión de la I convención africana, encabezada por el Emperador etiope, anfitrión de la Asamblea y por el Presidente Nasser, de Egipto. En aquella ocasión, el periodista polaco estableció profundos lazos con algunas de las autoridades etiopes que, tras la caída del Emperador en 1974, le permitieron conocer de primera fuente diversas experiencias de la corte imperial por dentro.


En una Etiopía que aún no se reponía de las consecuencias de la Revolución, donde la delación se había instaurado como práctica habitual y el temor reinaba en las calles de Addis Abeba, Kapuscinski fue capaz de romper los miedos y entrevistar a diversos funcionarios que habían conocido al ya difunto emperador y que aún lo recordaban con cariño

De los recuerdos de estos funcionarios, la mayoría honestamente afectuosos con el desaparecido líder etíope, nos vamos haciendo una imagen de lo que fue este régimen tan controversial. En efecto, la figura de Haile Selassie, que en Occidente se vincula con las corrientes Rastafari fue para Etiopía, por casi 50 años, la única figura política omnipresente en su país. Por esos recuerdos, sabemos que el Rey de Reyes, el Magnífico Señor, el Bondadoso Señor, el León de Judá (todos estos títulos usaba a diario) no leía ni escribía, que toda las leyes que imponía a diario las dictaba y todos los informes que recibía, eran orales y, por lo tanto, su memoria era prodigiosa.

Gracias a estos recuerdos sabemos que el funcionario más importante, el segundo personaje en el Imperio, era el llamado "Ministro de la Pluma", única persona capaz de poner por escrito las resoluciones del Emperador. Kapuscinski anota con agudeza que esta era una de las más brillantes habilidades de Selassie, porque si las normas, leyes, nombramientos o cualquier cosa escrita eran reconocidas como exitosas por la comunidad, obviamente se las atribuía el Emperador, por haberlas dictado él, pero si por el contrario, estas resoluciones resultaban un fiasco, era responsabilidad del Ministro de la Pluma, por no haber sabido interpretar al Magnánimo Emperador y, si esto acontecía, el Bondadoso Señor en nombre de su enorme amor por su pueblo,  enmendaba la equivocada orden por una mejor que, obviamente era fiel reflejo de sus deseos y no el error de su Ministro. 

Otro personaje interesante era el Ministro de los cojines. El Poderoso Señor, delgado y de menguada estatura, como descendiente del Rey David, usaba grandes tronos para situarse por sobre sus súbditos, pero no podían sus pies quedar colgando del sillón como los de un niño, así que un funcionario disponía de una bodega llena de cojines para que los pies del Gran Señor quedaran suavemente posados, conservando la distinción del Trono.

Muchas cosas sabremos al leer este libro, cómo organizaba sus viajes, cómo nombraba y sustituía funcionarios, cómo repartía dinero a sus súbditos (A través de un Ministro de la Bolsa), cómo enfrentó la Revolución que lo destronó, con detalles tan curiosos como el hecho de que él apoyó fervorosamente dicha Revolución ("Si la Revolución es buena para Etiopía, yo la apoyo"), cómo puerilmente ocultaba el dinero bajo las alfombras y en las páginas de las biblias, para que los soldados revolucionarios no lo encontraran, cómo los militares que le informaron de su destitución, lo saludaron protocolarmente como Emperador antes de destituirlo y como ya, anciano y enclaustrado en un palacio, aún creía ser Emperador de Etiopía.

Haile Selassie I, el León de Judá, es una figura histórica impresionante, por lo bien que refleja las pasiones humanas y porque la imagen que el libro de Kapuscinski nos deja es la de un ser humano en todo el sentido de la palabra, con sus alturas y miserias, con un dejo de puerilidad que conmueve y motiva al lector a sentir simpatía por un hombre que fue adorado por su pueblo y odiado por sus enemigos.

Editado por Anagrama en 2007, es una lectura imperdible.

prof. Benedicto González Vargas

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