martes, 27 de agosto de 2019

El camionero fantasma

A principios de la década del 90 trabajé en la comuna de Puente Alto, provincia de Cordillera, en la Región Metropolitana, capital de Chile. Subiendo hacia la cordillera se encuentra el impresionante Cajón del Maipo, que es el curso del río Maipo y sus afluentes abriéndose paso entre los cerros cordilleranos y llegando hasta la ciudad capital provincial, la pujante y populosa Puente Alto, y desde allí seguir hasta el mar.

El Cajón del Maipo es fuente inagotable de leyendas, las que están vivas a cada paso, en cada pueblo y villorrio. Después de muchos años, ¡25 años! he vuelto a trabajar en Puente Alto y, de una u otra manera, he recibido el relato de antiguas leyendas de la zona, algunas ya conocidas por mí, otras que ignoraba, entre estas últimas, la del misterioso camión del Embalse El Yeso.


Para iniciar el relato, debo decir que el Embalse El Yeso es un gran acopio de agua cordillerana atrapada entre los cerros para su posterior uso como agua  potable, sustituye este enorme embalse inaugurado en 1964 a la Laguna Azul que existía y que sirvió de base para crear este tranque monumental de 8 kilómetros cuadrados con una capacidad cercana a los 255 millones de metros cúbicos de agua. 

Esta inmensa masa líquida es hoy un lugar turístico donde en toda época hay visitantes de diversos puntos del país y del mundo. A mi me gusta ir en invierno, cuando la nieve cubre todo el sector aledaño. A un costado del embalse pasa el camino que sigue trepando hasta las altas cumbres andinas y donde otrora había una importante actividad minera, hoy bastante decaída, pero no cerrada. El silencio enorme del lugar, solo interrumpido por el viento que sopla fuerte y algunos graznidos de aves es el común para los pocos humanos que por allí transitan o viven. 

Cuenta la leyenda que un día viernes, un camionero llamado Miguel, que por primera vez subía al sector en turno de noche en una antigua mina que ya no está en actividades, subía por el camino para buscar su carga, iba solo y ya a última hora en su trabajo. Su inservible radio no le permitía escuchar sus programas nocturnos favoritos, pero la cassettera siempre estaba disponible para las canciones que le gustaban, especialmente las de Leo Dan y Sandro, que hablan de amores y desventuras.

Iba, pues, subiendo, acompañado del pálido resplandor de la luna por la huella que era entonces el camino...al llegar al mentado Embalse, lugar desde donde debía poner más cuidado en el ascenso, pues el camino se vuelve mucho más difícil. Se detuvo unos momentos, se sirvió un café de su termo para estar más despierto y reinició la marcha. Un par de kilómetros más arriba, pudo divisar en sentido contrario a un colega camionero que bajaba por la serpenteante ruta a una velocidad imprudente para la hora y el sector. ¿Se le habrán cortado los frenos? Pensó Miguel, porque era del todo irresponsable conducir así en esas soledades y con las dificultades de la ruta. Sin embargo, por más rápido que se veía acercarse el camión que venía bajando, no llegaba nunca hasta la posición en que estaba Miguel, lo que era muy extraño, dada su experiencia y su cálculo pensaba encontrarse con él en menos de 10 minutos, pero no fue así. El problema se presentaba porque un poco más arriba solo había espacio para un vehículo, los camiones debían tocar la bocina tres veces para avisar que ocuparían la angosta ruta.

Presionado por la necesidad de continuar su trayecto, decidió seguir el camino. Hizo varios cambios de luces y continuó la subida con lentitud. Al llegar a la curva más peligrosa tocó la bocina nuevamente para que lo oyeran, pero, con espanto, se encontró con el otro camión frente a frente. Las luces de éste lo encandilaron y apenas pudo frenar, más por instinto, que por reacción racional.

El otro camión pasó por su lado a toda velocidad, sin ninguna precaución, pudo sentir como las latas de su propia carrocería crujían al ser pasadas a llevar, sintió la muerte, una oración acudió a sus labios, el camión se sacudía violentamente...

Luego, la nada...quedó parado en la huella de camino, en medio de la noche y del camión que lo enfrentó no había rastro...no hubo estruendo, así que no cayó por el despeñadero. No había luces, así que tampoco parecía haber seguido adelante... ¡Había desaparecido!
Miguel, pensó, entonces, que se durmió al volante y soñó eso y que solo la Divina providencia lo había salvado...Sudaba, tiritaba, estaba aterrado...

Se bajó a tientas del camión, buscó su linterna, examinó los alrededores, no había nada, sin embargo, allí estaba su camión con las muestras visibles del impacto en la carrocería lateral, incluso el espejo estaba suelto. Subió nuevamente al camión y se marchó, el miedo lo perseguía, porque la situación había sido grave e inexplicable.

Cuando llegó a la mina para la carga, los obreros lo confortaron con café, le convidaron cigarros y como secreto le dijeron que no había sido el único, que pasaba siempre, especialmente con aquellos camioneros que por primera vez hacían el turno de noche. El camionero fantasma, le llamaban, alguien agregó que se trataba de don Lupercio, uno de los primeros camioneros que hizo la ruta en tiempos de la bonanza de la minería, se le habían cortado los frenos y cayó a la laguna Azul...nunca lo encontraron, al construir el embalse tampoco lo buscaron y en algún lugar de esas aguas, aparentemente calmas, el espíritu de don Lupe sigue pidiendo ser rescatado, pero sigue con su camión subiendo y bajando el camino de las minas y aterrando a los desprevenidos conductores que ignoran su historia.

Miguel renunció al trabajo. No quiso seguir más en él y aunque le encanta el Cajón del Maipo, ya no se aproxima al embalse El Yeso, ya no conduce tampoco por las noches y aunque han pasado tantos años desde el hecho, no ha podido olvidar a su colega, el camionero fantasma que le aboyó su propio camión, pero cuyo espíritu sigue recorriendo el Cajón del Maipo en busca de su descanso eterno.

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