martes, 9 de enero de 2024

El cautivante detalle insólito (sobre Las ratas, de José Bianco)

 

(por Sylvia Molloy)

De chica me gustaba andar con un libro en la mano aun cuando no sabía leer. No abandoné la costumbre incluso cuando supe hacerlo. Mi madre refunfuñaba cuando me metía algún librito en bolsillo, de aquellos que llamaban "pequeños grandes libros", antes de acompñarala al centro. Mi padre hacía lo mismo cuando, en visperas de vacaciones, me las ingeniaba para meter libros en el baúl del auto. Mi respuesta a los dos era la misma: "¿y si tengo un momento libre y no tengo nada que leer?

Para mí leer es no sólo pensar con libros sino vivir y escribir con y a través de ellos. Los libros que me han marcado  son aquellos que me impulsaron a escribir crítica y ficción, pero lo han hecho de modo insólito, sorprendiéndome con algún detalle. Haber leído muy joven, al azar, en un curso de literatura, el pasaje  en Proust donde la duquesa de Guermantes no tiene tiempo de escuchar la noticia de que su amigo Swann se está muriendo pero sí de ir a cambiarse los zapatos negros por los rojos, me volvió indispensable todo Proust, sin el cual posiblemente no hubiera escrito ficción. Como esos "pormenores lacónicos de larga proyección" de que habla Borges -otro escritor sin el que yo no pensaría ni escribiría- esos detalles obran como fermento. Igual influyen en mí ciertos textos de Flaubert, de Silvina Ocampo, de Felisberto Hernández. A ellos acudo cuando siento que lo que escribo es particularmente frágil.

Hay libros que se leen con fervor y que no dejan rastros en lo que escribimos. Recuerdo haber leído a Gabriel Miró cuando era adolescente, me veo sentada una tarde en la playa, deslumbrada por el Libro de Sigüenza que más tarde me parecerá de un amaneramiento del todo ajeno. Recuerdo el momento gozoso de aquella lectura, pero el texto no ha dejado huellas en mí. En cambio, Las ratas, de José Bianco, leído con desgano por consejo de un amigo, no me impresionó al principio. lo viví como un texto confuso, desafiante,  y sólo con el tiempo fue entrando en mí. Ahora sí es un texto que reconoczco (en el que me reconozco) y llevo conmigo. Le debo, además de gusto por la traa perversa, la magia secreta de la palabra tumbergias.

publicado originalmente en Revista Ñ 291 25 de abril de 2009

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