lunes, 8 de enero de 2018

Ben Clark, la promesa hecha realidad de la nueva poesía española

Ben Clark es un estupendo poeta español nacido en Ibiza en 1984, muy joven, de apenas 33 años, pero que ya ha obtenido muy buena crítica literaria, interesantes niveles de venta -algo poco usual para la poesía- y  muchos reconocimientos y premios, como el Nacional de Poesía de España, el de Poesía Joven y el prestigioso Hiperión.

En los primeros días de noviembre Clark sumó otro galardón, obtuvo el premio Loewe, por su obra La policía celeste y en declaraciones al diario español El País, al otro día de alcanzar el Premio, decía: "el Hiperión rompe el anonimato, el Loewe, se considera un reconocimiento definitivo y trasciende el mundo de los libros". Los jurados del premio, destacaron que se trata de "un libro de madurez de una persona joven, muy sencillo, muy transparente, traspasado de una sabiduría y de una objetividad ante una realidad".

Respecto de su labor poética, Clark, que reconoce llevar 15 años escribiendo en forma ininterrumpida, comenta que: "El poeta tiene que estar en contacto con el mundo que lo rodea", por eso lee mucho, considera internet como una verdadera biblioteca virtual y trabaja permanentemente en su labor poética, ahora mucho más respaldado con sus premios y la no despreciable suma de 25 mil euros que le reportó el Loewe.

Sus libros más conocidos son: Secrets d'una sargantana i altres poemes (2001)Cabotaje (2005), Los hijos de los hijos de la ira (2006), Memoria (2009), La mezcla confusa (2011), Basura (2011), Mantener la cadena de frío (2012), La fiera (2013), Los últimos perros de Shackleton (2013), entre otros.

Dejo acá dos poemas de Clark, que nos dan cuenta de su talento:

Hijos de la bonanza

Hijos de la bonanza” nos llamaban:
los que no conocieron ni la hambruna
ni las agudas larvas de estridencia
chillando en el oído por las bombas.
Y cuando nuestras piernas, tan delgadas,
caían y sangraban porque el parque
era de un hormigón armado y frío,
se quedaban callados, observando
nuestro llanto con un gesto de sorna.
Debíamos vivir y dar las gracias
por la ocre rozadura en la garganta
que provocaba el aire al refugiarse.
Agradecer las flechas de las nubes
y que un fango lechoso a nuestros pies
–en un último gesto agonizante–
le mordiera las botas al progreso.
¿Y cómo agradecerles la alegría?
La risa provocada por los hombres
inocentes del mar
cuando se encaminaban hacia el río
dispuestos a bañarse entre excrementos.
También estaba el tedio
de tener que explicarles a los niños
palabras como pueblo indio, oso
pardo, ballena azul o lince ibérico.
Pero esto eran minucias, sacrificios
en nada comparables al sufrido
por aquellos que ahora nos decían
“hijos de nuestra sangre”, tan severos.
Aunque, a veces, es cierto, no era fácil,
simplemente intentamos ir viviendo.
Haciendo caso omiso a los escrúpulos,
al vacío que moraba en nosotros,
hijos de la bonanza;
los hijos de los hijos de la ira,

herederos de todos los despojos.

Revolución

Contra todo florecen los almendros.
Protesta radical e inquebrantable.
Este siglo veloz sin concesiones
ya no tiene un talón
visible; más que un ojo tiene mil
y no hay David que pueda ya vencerlo.
Escasean los héroes
en esta era de plasma
y, con todo, florecen los almendros.
Creer en el amor tampoco sirve
–contra el amor las flores han marchado–,
de amor están repletas las cunetas;
entre los vivos sólo
persiste el verde amor por el dinero.
Mienten las dependientas el catorce
y por eso florecen los almendros.
Por el sapo dorado, el tigre persa,
por el león del cabo y el dodo,
el pingüino gigante,
el águila de Haast y el tilacín,
la paloma viajera, el pájaro carpintero
Imperial, por el ciervo de Schomburgk
llevan su luto blanco los almendros.
Porque hoy en día existen los esclavos
–las flores lo repiten: ¡hay esclavos!–
y lugares oscuros
y cárceles sin nombre
donde la vida es sólo un agujero.
Con la voz de los mudos se resisten
a callar los almendros.
Hay un dolor oculto en primavera,
nada sabe del hombre, de su historia
de guerras y desastres,
también este dolor es algo hermoso,
hermoso, ambiguo y brevemente eterno;
es la pena inefable
que hace estallar de amor a los almendros.
En este florecer tan subversivo
se han ido las pasiones de otros años,
se ha ido la esperanza
con la escarcha de enero y con el agua
que tímido se adentra en un febrero
que es testigo del cambio y del combate:
contra todo florecen los almendros.


Para leer más poesía de Clark, pinche aquí
Para leer el libro Basura, de Clark, pinche aquí

prof. Benedicto González Vargas

(Gracias por pinchar la publicidad en este blog)

2 comentarios:

  1. Me gusta que apesar del avance de la tecnologia no se pierde el amor por la escritura y lectura :)

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  2. Gracias, en realidad, Ben Clark es un excelente poeta, un artista al que da gusto leer, acá en América Latina lo conocen poco, por eso quise hablar de él. Saludos afectuosos desde Chile.

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