En cada colegio donde voy y a cada colega que le pregunto,
entre los problemas más comunes que debemos enfrentar los docentes en el aula,
se encuentran los celulares que, en las manos de los estudiantes, se convierten
en la mayor distracción y principal oponente que tenemos los profesores en una
clase.
Hace poco más de un año, la muy europea y liberal República
Francesa los excluyó por ley. Así de
tajante y contundente fue su solución. No sé si habrá resultado o no tan
drástica medida.
¿Y qué hacemos en Chile? Poco y nada desde el ámbito
oficial, las escuelas y docentes lidian con el problema de acuerdo casi a sus
propias intuiciones. No debemos olvidar, en todo caso, que nuestro país lidera
el uso de teléfonos inteligentes en Latinoamérica. Pisa 2015 reveló que un 32 %
de los estudiantes chilenos utiliza Internet por más de seis horas al día, muchísimo
más que el resto de los países de nuestro continente y entre los más altos a
nivel occidental.
Por otra parte, no debemos tampoco dejar de considerar que
las unidades educativas, llámese colegios, escuelas, liceos o institutos, son
un lugar para que nuestros niños y jóvenes puedan socializar y de acuerdo a la
experiencia actual, parece que estos “aparatos inteligentes” no nos ayudan
mucho. Si no fuera un tremendo despropósito y exageración decirlo, pareciera
ser que “mientras más inteligente el celular, menos parece serlo su portador”.
Sin embargo, no
cerremos los ojos, esta realidad ha venido para quedarse. Las nuevas
generaciones de estudiantes viven en un
mundo hiperconectado y digitalizado, con respuestas casi instantáneas, donde
los aparatos digitales (celulares inteligentes, tabletas y videojuegos) se
encuentran muy accesibles y, cómo negarlo, son útiles y entretenidos. Para un
joven adolescente, más útil y entretenido que una clase tradicional.
¿Tiene sentido, entonces, luchar contra eso? Intuyo que no
es la mejor respuesta. Cada cosa o acción que prohibimos adquiere
inmediatamente en nuestra mente (más en la de los jóvenes y niños en
formación), la calidad de un deseo irrefrenable. Nunca prohibir sin sólidos
argumentos es una buena medida, y el argumento de que distraen la clase, mal
que nos pese, no es un buen argumento. ¿Cuánto duraríamos frente a un curso si
los estudiantes tuviesen, por ejemplo, un hipotético control remoto y pudieran
cambiar de clase , profesor y asignatura con esa velocidad? Por eso creo
necesario pensar que sí hay asignaturas
donde un celular puede ser una gran herramienta, y hay otras, claro, a las que
su uso no aporta en nada. De ahí la importancia del criterio del profesor y del
equipo directivo de los colegios.
Aún hay otro factor que no podemos pasar por alto: el rol de
los padres, ya que es fundamental a la hora de enseñar hábitos de uso en sus
hijos, sin contar, evidentemente, que siempre debieran enseñar con el ejemplo. Si los niños nos ven
todo el día conectados a estos aparatos, incluidas las horas de comida, de
trabajo y de descanso, no esperemos que
ellos hagan algo distinto. ¡Cuántas veces he visto a padres y madres con buena
intención, pero malas prácticas, entregar a sus hijos el celular para que “se
entretengan y no molesten”. ¡Han convertido al celular en la niñera de los
niños! ¿Qué puede hacer n docente con estudiantes así criados y acostumbrados?
Es esta una realidad que
nos plantea desafíos que nosotros no
tuvimos en nuestra experiencia escolar y por eso muchos padres y docentes no
saben cómo lidiar con ella. Incorporar estos aparatos a la vida cotidiana,
incluso al aula, exige transmitir a los estudiantes que estos dispositivos son
algo más que juguetes, también son herramientas de información y es allí donde
los profesores podemos encontrarles valor y uso pedagógico, pero nuestra clase
no será la misma de antes, nuestra planificación deberá ser distinta y nuestra
mirada desconfiada del celular en manos del estudiante, debe cambiar. Hay oportunidades pedagógicas y de aprendizaje
en los aparatos inteligentes, pero requieren una nueva forma de enseñar y,
sobre todo, entender que hay una nueva forma de aprender.
prof. Benedicto González Vargas
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