¿Cómo funciona el miedo en la literatura de terror? en
un artículo recientemente publicado en este blog, Ralph Barby nos ha dado
una respuesta coherente y lúcida, que probablemente involucre todos los
aspectos, pero es necesario, para una cabal comprensión de su texto, acercar
algunas otras ideas a la consideración del lector. Intentaré esta tarea con la
sensación de que, en modo alguno el tema se agota con este artículo, pero con
la convicción de que la ponencia de Barby, como ya dije, incorpora estas
dimensiones aunque no por ello aparezcan en forma explícita y ésa es la razón
que justifica este intento de análisis.
En primer término, Barby se refiere al
uso de nuestros propios miedos almacenados en la memoria, esto tiene sentido y
lógica, pero valdría la pena señalar que todos tenemos diversos tipos de
miedos, algunos, incluso, ignotos para nosotros mismos y que se actualizarán
dependiendo las circunstancias que vivamos. Desde esa perspectiva, tanto la
literatura como el cine de terror, nos permiten dar un espacio controlado de
salida a dichos miedos que, de otra manera, seguramente se manifestarían a
través de pesadillas de por sí incontrolables y por ende mucho más aterradoras
(1).
En este contexto adquieren sentido las palabras de Stephen King, un
maestro del relato de terror, cuando consultado por el mismo tema respondió: "Lo único que haces es sacar tus emociones
a pasear. Si se trata de una emoción negativa, es como si esta fuera una
especie de Pit Bull. Aún necesitas cuidarlo y sacarlo a pasear, pero, por lo
menos, ahora tienes un sitio al que llevarlo. Eso es lo que estas historias
intentan hacer...? Me parece que la idea de comparar nuestros
miedos con el pit bull es un acierto porque por brutal y amenazante que sea
esta mascota, igual es necesario "cuidarla y sacarla a
pasear" y eso es exactamente un relato de terror, una
oportunidad para sacar a pasear nuestros miedos en un espacio de determinada
seguridad porque siempre podemos autoengañarnos respecto de los sentimientos y
emociones que nos provoca el relato y decir "es sólo una
novela". Por otra parte, evidentemente, el miedo ocurre cuando
se quebrantan o superan los límites del orden. Nuestra sensación de fragilidad
es tan grande desde tiempos atávicos, nuestra aparente predestinación a la
existencia y a la muerte, sin que podamos evitarlo, nos procura una ansiedad,
un dolor y un temor que permanece oculto y disimulado tras el orden que hemos
logrado crear. El orden moral, el orden social, el orden religioso, son
manifestaciones concretas de esa seguridad que hemos construido en nuestras
mentes y que nos sirve para encajonar los miedos.
Los relatos de horror nos
rompen el orden, nos proponen situaciones anormales donde los límites del mundo
ordenado (y seguro), son superados por personajes, situaciones o hechos que
violentamente nos sacan de la seguridad y nos proponen una alteración de ella
que nos da pavor. Eso es lo que nos pasa cuando vamos página a página
enterándonos cómo en la ficción creada el orden se descompone y ello va en
directa proporción del crecimiento de nuestro temor. Por eso, tal vez, estos
tiempos modernos, donde todo es cambiante y vertiginoso, donde las seguridades
de hoy se destruyen mañana, es la época de la angustia (otra forma de miedo
mucho más persistente) porque no logramos configurar un orden que sea
permanente ni en la sociedad, ni en la familia, ni en lo laboral, ni siquiera
en lo personal. Sabemos que al aproximarse el fin del primer milenio de la Era
Cristiana el pavor ante lo desconocido provocó incluso muertes. El relato del Apocalipsis,
en ese contexto, mal que le pesara al bueno de San Juan, funcionó como un
auténtico relato de terror.
Por cierto que los miedos son propios y distintivos
de cada ser, aunque haya amplios espectros de acuerdo. Las creencias religiosas
juegan un papel trascendente aumentando o atenuando los miedos. Escuchaba a un
sacerdote el otro día hablar sobre la religión del amor (el cristianismo) y
mientras él se solazaba en idílicos parajes paradisíacos de la Nueva Jerusalen,
recordaba yo las imágenes del Infierno, del Demonio y del castigo eterno
prometido en la Biblia y allí el mensaje de amor se diluye en una amenaza
pavorosa. Como no creo en ello, los relatos que busquen apropiarse de mi
medrosa memoria en ese aspecto, no me provocan espanto. Ahora, si me hablan de
ratas asesinas y devoradoras, probablemente se desaten todos mis espantos
escondidos tras los ascos y distancias que tengo con esos bichos desde la
primera vez que cuando niño vi a una merodear en mi biblioteca y desde allí he
vivido rodeado de gatos.
En definitiva, tal como lo dice mi amigo Rafael, los
escritores de terror se nutren de nuestros propios miedos, pero éstos están
condicionados por todo nuestro sustrato empírico que incluye tanto experiencias
directas, como ajenas y por cierto, el enorme e inefable sistema de creencias
que cada uno de nosotros tiene.
Sólo me queda agradecer a Ralph Barby por estas
reflexiones que me han permitido explayarme en un tema siempre interesante y al
que, desde ya, aseguro que volveré.
Notas: (1)
Esto no excuye, por cierto, la posibilidad que lo leído se almacene y luego
vuelva a aparecer como pesadilla.
prof. Benedicto González
Vargas
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