jueves, 20 de noviembre de 2008

Sobre literatura, miedo y un artículo de Ralph Barby


¿Cómo funciona el miedo en la literatura de terror? en un artículo recientemente publicado en este blog, Ralph Barby nos ha dado una respuesta coherente y lúcida, que probablemente involucre todos los aspectos, pero es necesario, para una cabal comprensión de su texto, acercar algunas otras ideas a la consideración del lector. Intentaré esta tarea con la sensación de que, en modo alguno el tema se agota con este artículo, pero con la convicción de que la ponencia de Barby, como ya dije, incorpora estas dimensiones aunque no por ello aparezcan en forma explícita y ésa es la razón que justifica este intento de análisis. 


En primer término, Barby se refiere al uso de nuestros propios miedos almacenados en la memoria, esto tiene sentido y lógica, pero valdría la pena señalar que todos tenemos diversos tipos de miedos, algunos, incluso, ignotos para nosotros mismos y que se actualizarán dependiendo las circunstancias que vivamos. Desde esa perspectiva, tanto la literatura como el cine de terror, nos permiten dar un espacio controlado de salida a dichos miedos que, de otra manera, seguramente se manifestarían a través de pesadillas de por sí incontrolables y por ende mucho más aterradoras (1). 

En este contexto adquieren sentido las palabras de Stephen King, un maestro del relato de terror, cuando consultado por el mismo tema respondió: "Lo único que haces es sacar tus emociones a pasear. Si se trata de una emoción negativa, es como si esta fuera una especie de Pit Bull. Aún necesitas cuidarlo y sacarlo a pasear, pero, por lo menos, ahora tienes un sitio al que llevarlo. Eso es lo que estas historias intentan hacer...? Me parece que la idea de comparar nuestros miedos con el pit bull es un acierto porque por brutal y amenazante que sea esta mascota, igual es necesario "cuidarla y sacarla a pasear" y eso es exactamente un relato de terror, una oportunidad para sacar a pasear nuestros miedos en un espacio de determinada seguridad porque siempre podemos autoengañarnos respecto de los sentimientos y emociones que nos provoca el relato y decir "es sólo una novela". Por otra parte, evidentemente, el miedo ocurre cuando se quebrantan o superan los límites del orden. Nuestra sensación de fragilidad es tan grande desde tiempos atávicos, nuestra aparente predestinación a la existencia y a la muerte, sin que podamos evitarlo, nos procura una ansiedad, un dolor y un temor que permanece oculto y disimulado tras el orden que hemos logrado crear. El orden moral, el orden social, el orden religioso, son manifestaciones concretas de esa seguridad que hemos construido en nuestras mentes y que nos sirve para encajonar los miedos. 

Los relatos de horror nos rompen el orden, nos proponen situaciones anormales donde los límites del mundo ordenado (y seguro), son superados por personajes, situaciones o hechos que violentamente nos sacan de la seguridad y nos proponen una alteración de ella que nos da pavor. Eso es lo que nos pasa cuando vamos página a página enterándonos cómo en la ficción creada el orden se descompone y ello va en directa proporción del crecimiento de nuestro temor. Por eso, tal vez, estos tiempos modernos, donde todo es cambiante y vertiginoso, donde las seguridades de hoy se destruyen mañana, es la época de la angustia (otra forma de miedo mucho más persistente) porque no logramos configurar un orden que sea permanente ni en la sociedad, ni en la familia, ni en lo laboral, ni siquiera en lo personal. Sabemos que al aproximarse el fin del primer milenio de la Era Cristiana el pavor ante lo desconocido provocó incluso muertes. El relato del Apocalipsis, en ese contexto, mal que le pesara al bueno de San Juan, funcionó como un auténtico relato de terror. 

Por cierto que los miedos son propios y distintivos de cada ser, aunque haya amplios espectros de acuerdo. Las creencias religiosas juegan un papel trascendente aumentando o atenuando los miedos. Escuchaba a un sacerdote el otro día hablar sobre la religión del amor (el cristianismo) y mientras él se solazaba en idílicos parajes paradisíacos de la Nueva Jerusalen, recordaba yo las imágenes del Infierno, del Demonio y del castigo eterno prometido en la Biblia y allí el mensaje de amor se diluye en una amenaza pavorosa. Como no creo en ello, los relatos que busquen apropiarse de mi medrosa memoria en ese aspecto, no me provocan espanto. Ahora, si me hablan de ratas asesinas y devoradoras, probablemente se desaten todos mis espantos escondidos tras los ascos y distancias que tengo con esos bichos desde la primera vez que cuando niño vi a una merodear en mi biblioteca y desde allí he vivido rodeado de gatos. 

En definitiva, tal como lo dice mi amigo Rafael, los escritores de terror se nutren de nuestros propios miedos, pero éstos están condicionados por todo nuestro sustrato empírico que incluye tanto experiencias directas, como ajenas y por cierto, el enorme e inefable sistema de creencias que cada uno de nosotros tiene. 

Sólo me queda agradecer a Ralph Barby por estas reflexiones que me han permitido explayarme en un tema siempre interesante y al que, desde ya, aseguro que volveré.  

Notas: (1) Esto no excuye, por cierto, la posibilidad que lo leído se almacene y luego vuelva a aparecer como pesadilla. 

prof. Benedicto González Vargas  


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