No sólo en Chile,
 sino que en muchas partes del mundo, en los cinco continentes, se está 
hablando de la necesidad de avanzar hacia niveles superiores de calidad.
 En Latinoamérica, por cierto, el asunto ha adquirido rangos de 
urgencia. Pareciera ser que la inversión económica y social que estamos 
haciendo en Educación no satisface las aspiraciones de los ciudadanos, 
puesto que los niveles de desigualdad entre la calidad educativa que 
reciben los sectores más  socioeconómicante deprimidos y la que reciben 
los sectores más altos, es demasiado grande; lo que sumado a las 
diferencias existentes entre los patrimonios culturales de ambos grupos,
 la calidad de la educación de los padres y las aspiraciones de las 
familias, convierte al problema de la calidad educativa en una urgencia 
ineludible si se desea avanzar hacia el pleno desarrollo. 
En el caso de Chile, no sólo ha habido un debilitamiento en la acción 
responsable del Estado por asegurar la calidad educativa para todos, 
sino que también insuficiencia (pese a los esfuerzos) por ampliar la cobertura
 de la educación pre-escolar; índices de deserción que, aunque bajos en 
lo global, se abultan en los sectores que requieren precisamente más 
educación; malos resultados en las mediciones estandarizadas nacionales e
 internacionales; escasa autonomía en la gestión educativa de las 
administraciones escolares locales; desconocimiento (y también apatía) 
de los padres y apoderados respecto de los procesos educativos y las 
actividades escolares; formación docente si no de mala, al menos 
mediocre calidad; bajísimo estatus social del profesorado (ligado a 
sueldos bajos, pese a los esfuerzos por subirlos), relajamiento de las 
normas disciplinarias escolares; burocratización de los procedimientos 
administrativos de los docentes; ausencia de implementación de 
metodologías para una educación apta para la sociedad del siglo XXI y 
otra larga lista de problemas con mayor o menor incidencia nacional o 
local. 
Estamos muy lejos de tener una educación de calidad y lo grave  
es que, pese a que el diagnóstico está claro
 y es aceptado por la mayoría, no hemos sido capaces como país de 
ponernos de acuerdo en las acciones básicas para mejorar. Quienes 
gobernaban ayer y llamaban a dichos acuerdos, hoy los desconocen y 
entraban la puesta en marcha de ellos. 
Lo anterior tiene que ver con los grandes problemas de la educación en 
Chile que, insisto, no se diferencian demasiado del resto de América. 
Pero también hay problemas de gestión localizados en las unidades 
educativas donde la falta de liderazgos académicos, por parte de los 
directivos escolares, su escasa actualización, el temor de adoptar 
estrategias e implementar medidas de mejoramiento académico (aún en el 
escaso margen que les da su falta de autonomía) y responder ante la 
comunidad por los resultados alcanzados, además de no impulsar una 
visión de trabajo en equipo
 de los docentes a su cargo,  llevan a que, en la práctica, la educación 
chilena actúe como un pesado monstruo cuyo movimiento se da más por 
inercia de los procesos educativos, que por impulsos de una gestión 
eficiente.
Una característica de cualquier escuela efectiva es el liderazgo 
académico y administrativo de los directivos escolares, pero también el 
liderazgo académico de los docentes de aula. Un docente capaz de manejar
 con propiedad no sólo los contenidos académicos que debe desplegar ante
 sus alumnos sino que también, conjuga adecuadamente el aprendizaje 
intelectual con el desarrollo social y emocional de sus estudiantes. 
Detrás de una buena educación hay siempre un buen profesor que, pese a todo,
 puede superar las dificultades anotadas más arriba y logra conectarse 
con las formas de aprendizaje de sus estudiantes, con sus actitudes y 
aspiraciones, se involucra directamente en el éxito de ellos pues cree 
que pueden alcanzar las metas propuestas y, finalmente, ejerce un 
liderazgo significativo sin temor a ver en sus estudiantes personas en 
desarrollo que pueden incluso, en algunas áreas como las tecnologías digitales,
 saber más que él y que eso no obsta para seguir siendo líder, para 
seguir enseñando, para seguir transmitiendo valores y para apoyarse, 
cuando sea necesario, en las habilidades y conocimientos de sus propios 
estudiantes.
 
prof. Benedicto González Vargas

 
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