Acabo de leer un interesante estudio
de las académicas argentinas Raquel Salim, Margarita Lotti de Santos y
Norma Macchioni de Zamora, referido a la importancia de la reflexión
académica tras la aplicación y evaluación de exámenes universitarios. El
documento en cuestión, publicado en el el último número de la Revista Iberoamericana de Educación,
plantea que los procesos evaluativos en la educación superior deben
transformar las prácticas docentes, modificar las creencias y las
metodologías para hacerse cargo de la necesidad de que la evaluación
permita conocer qué sabe el estudiante y qué hace con esos saberes. El
docente universitario debe ser capaz de aprender de esas evaluaciones y
llegar a comprender por qué se produjo o no el aprendizaje de sus
estudiantes.
El texto señala, además, que se requiere una corrección conjunta de
estrategias de enseñanza y evaluación, solo así se logrará mejorar
sustancialmente la calidad de la enseñanza. La evaluación debe ir más
allá de ser un mero mecanismo de valoración y calificación, del que no
se extrae más información que el éxito o fracaso de los estudiantes, lo
que la convierte en un proceso subutilizado, pese a los grandes aportes
que puede entregar a un docente. El texto concluye considerando que la
evaluación constituye una ocasión que permite profundizar sobre las
causas del fracaso de los estudiantes, tales como errores en la práctica
docente cotidiana, descuidos al momento de elaborar la prueba, yerros
al plantear los objetivos de evaluación, entre otros.
Los propósitos y fines de la evaluación, -señalan las autoras- se
relacionan con la posibilidad de aprendizaje y desarrollo a través de la
retroalimentación y de la autoevaluación, conceptos que no aparecen con
asiduidad en la práctica tradicional de los sistemas de evaluación
universitaria. El estudio, además, señala que es evidente que existe
cierto grado de relación entre el estilo docente del profesor, los
objetivos de aprendizaje que define, el procedimiento de evaluación que
propone y las estrategias de aprendizaje que fomenta en los estudiantes.
Una correcta planificación de la evaluación facilitará información
sobre lo que el profesor considera que un alumno debe saber y debe saber
hacer con lo que sabe.
Además, ayudará no sólo a calificar a los alumnos, sino también a
detectar las dificultades encontradas en el aprendizaje y las posibles
causas de esas dificultades. El artículo termina señalando que el
desafío no es revisar y reconstruir las prácticas evaluativas
universitarias, sino ubicarlas en un espacio central en el proceso de
enseñar y aprender, de modo tal de contribuir a la mejora de la calidad
de la educación superior.
Como puede verse, un artículo muy interesante.
prof. Benedicto González Vargas
Anónimo, dice:
ResponderEliminarExcelente post!
prof. Benedicto González Vargas, dice:
ResponderEliminar16 mayo 2012
Gracias por tu amable comentario, Saludos, Benedicto