Cuando releí Demian y luego escribí el comentario a dicho libro,
dije que lo había hecho en preparación de enfrentarme nuevamente con la
profunda y compleja novela que es El lobo estepario. Clásico dentro de
los clásicos de la literatura universal, El lobo estepario no es una
lectura fácil para la mayoría de las personas. Muchos abandonan el
intento de penetrar en sus páginas (ni siquiera digamos en sus ideas),
porque el libro se cierra a quienes o estén dispuestos a dejar por un
tiempo sus convicciones sociales, espirituales, políticas, incluso, y
abrir la mirada hacia una realidad que permanece oculta tras las
apariencias que todos hemos construido con tanto afecto y cuidado. El
lobo estepario nos confronta a nosotros mismos, como si la obra fuera el
espejo que en el teatro mágico refleja una y mil veces las distorsiones
del propio protagonista.
La novela, que nos presenta a un Harry Haller, hombre de 50 años,
cansado de la vida y de la sociedad burguesa que, no obstante, tiene
costumbres burguesas –y gusta de ellas– que aborrece lo que la alta
sociedad sindica como vulgar u ordinario, nos muestra también el
enfrentamiento de este mismo ser a una oculta naturaleza personal que
funcionará como su alter ego y que no es otra cosa que la de un lobo
estepario que rehúye el encuentro con los demás, por resultarle
insoportable intentar comprender siquiera las motivaciones ajenas y por
parecerle que el resto de los mortales son inferiores cultural y
espiritualmente que él.
Para los que no hayan leído esta obra (deberían leerla), no debe
quedarles la idea de que Harry es un personaje pedante y autosuficiente
que se cree superior al resto. Nada más lejos de la profunda
personalidad con la que lo dota Hesse. Haller, que puede ser agradable y
amabilísimo en una conversación, es una víctima encerrada en su propia
selva. Su lobo estepario no es una forma de liberarse y vivir libre su
vida. Su lobo estepario es un ser que le duele amargamente y que lo hace
consciente de estar aislado de la humanidad. Es un alter ego necesario
pero fraccionante, no aglutinante, de su propia personalidad y un
doloroso y permanente recordatorio de que él nunca alcanzará la
felicidad, ni siquiera el sosiego al que aspira cualquier persona. Por
eso es que Haller piensa que los 50 años son ya una buena edad para
morir, porque esta vida no tiene ilusiones ni representa desafíos a su
personalidad adolorida.
Sin embargo, todo cambia cuando, hombre al fin y al cabo, deseoso y
temeroso de la muerte que busca a través del suicidio, busca retrasar el
fatal final y entra en contacto con la bella y mundana Armanda, la que
sin embargo empieza a alzarse en la obra como su maestra (cuando
discípulo está preparado aparece el maestro, dice una vieja máxima
esotérica) y la que lo obliga a experimentar placeres tan simples como
el baile o el sexo, ya que será ella quien lo acerque a María, una joven
y bella “acompañante” con la cual Harry conocerá caricias, juegos y
complicidades sexuales que no ha vivido nunca y quien lo comprenderá más
allá de las convenciones sociales establecidas. Armanda, por cierto,
busca enamorarlo, pero para ello debe conseguir que Harry conozca el
amor, y María es, en ese contexto, una experiencia necesaria. La mujer,
por lo tanto, aparece con el gran elemento civilizador del lobo
estepario, como la gran cura espiritual y como el camino para
reencontrarse con una sociedad a la que Harry quiere escapar. Vienen a
mi memoria las palabras que aparecen en la obra literaria más antigua
que la humanidad conoce, el Poema de Gilgamesh, donde al salvaje Enkidu
le llevan una prostituta sagrada para que “le haga la iniciación de la
mujer”, tras la cual se convierte en un ser sociable. Nada más, ni nada
menos es el rol de estas dos verdaderas maestras que son Armanda y María
y cuya trilogía se completa con Pablo, el músico de jazz, bello y
simpático que buscar siempre agradar a Harry y dejarle, a través de
sencillas palabras, enseñanzas que éste solo atesora hacia el final de
la novela, luego de recorrer un teatro mágico tan complejo como su
propia vida.
Al final, nos vamos quedando con la idea que todos llevamos un lobo
estepario dentro, o al menos una fiera salvaje, aunque sea de distinta
especie. Pero también vamos descubriendo la caricatura de esta
pretendida y falsa dualidad que esconde una multiplicidad de identidades
ocultas que pugnan, cada una a su tiempo, por dominar nuestras
consciencias y acciones.
Novela notable, bella, profunda, en que hay que conocer algo de las
ideas espirituales de su autor para comprenderla mejor, tal vez nunca
cabalmente, por eso Demian y Siddharta sean tal vez las mejores llaves
para conectar luego con esta novela mayor, tremenda, enigmática y en
cierto modo terrible, porque en sus breves páginas, de una o de otra
forma, nos vemos revelados los lectores. Esa doble hache del autor y del
protagonista no son solo indicativos de un reflejo entre el autor y su
obra, no son solo una clave más de los indicios autobiográficos, que yo
preferiría llamar autoespirituales, entre Herman Hesse y Harry Haller,
sino que nos involucran a todos como a los sustantivos Hombre y
Humanidad, que dan cuenta de lo singular y lo colectivo a la vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Estimado visitante, gracias por detenerte a leer y comentar, en cuanto pueda leeré tu comentario y te responderé.