Desde principios de julio de este año, he tenido la ocasión de desempeñarme laboralmente en uno de los colegios que administra la Fundación Belén Educa, institución católica -dependiente del Arzobispado de Santiago- que sostiene una docena de colegios y que desde hace casi dos décadas entrega educación de calidad en comunas donde hay altos índices de vulnerabilidad.
Uno de los muchos aspectos positivos que he encontrado en el modelo de enseñanza de esta Fundación, es lo relativo a la forma en que se enfrenta la convivencia escolar y cómo se ha establecido un modelo que armoniza y guía la acción de los estamentos que constituyen una comunidad educativa: padres y madres, profesores y funcionarios, estudiantes. Un modelo en apariencia muy sencillo, escuetamente redactado e impreso en las agendas de estudiantes y docentes y que, con las salvedades e imperfecciones que todos los seres humanos cometemos en nuestro diario convivir, lo he visto funcionar y ser un aporte decisivo en la formación valórica de los estudiantes. Las objeciones que, de seguro me harán algunos detractores, son evidentes: a) que llevo poco tiempo en la Fundación y b) que solo conozco parcialmente la realidad de uno solo de sus colegios, el Cardenal Raúl Silva Henríquez, de Puente Alto. Ambos hechos que no niego, pero la dinámica escolar es tan vertiginosa que no es necesario tener tanto tiempo en contacto con un modelo que se ve cómo funciona a diario y que ofrece decenas de ejemplos a la semana en distintos ámbitos. Lo que es bueno y de calidad resalta de inmediato y no creo que se requiera esperar un tiempo excesivo para dar testimonio de su excelencia.
El Sello Belén, así como lo entiendo, implica una mirada de los padres y apoderados por un lado y los miembros de la comunidad educativa por otro, en que el foco de la educación valórica y formativa es el estudiante, pero donde ambos pilares (familia y comunidad educativa) trabajan en conjunto y armonía, cada uno en su rol, para poner su principal intención en el mayor bien del niño o joven estudiante. Sé que esto aparece en letras doradas en la descripción de cada uno de las más de diez mil escuelas, colegios y liceos del país. Pero he visto experiencias cercanas donde solo importa el prestigio del colegio, otras donde las familias hacen permanentemente presente sus derechos (muchas veces atenuando sus deberes) y enfatizan las fricciones con la comunidad educativa; todos conocemos casos donde insólitamente la voz de los más exaltados estudiantes en formación se impone por sobre las opiniones de apoderados, cuerpo docente, personal directivo o incluso el sostenedor, alejándose esas instituciones de toda posibilidad de aportar a la formación ética y social de sus estudiantes porque simplemente se han dejado superar; también hay casos en que estas palabras solo son letra impresa y el abuso de la discrecionalidad en el trato y resoluciones pasa más por situaciones subjetivas y casuísticas que por una política interna y coherente. En fin, ejemplos de mediocres o malas prácticas hay muchos, por ello el que he encontrado acá es destacable.
Se plantea este Sello en tres sencillas definiciones que son los ámbitos de acción: a) Modelo b) Reflejo y c) Testimonio.
Tratemos de examinarlo.
1. Modelo: La idea es de una simpleza superlativa, pero también de una profundidad enorme: tanto la comunidad educativa como la familia se comprometen a constituirse en modelos, referentes, ejemplos válidos, de que aquello que se desea imprimir como norma de conducta de los estudiantes, ellos lo vean reflejado en sus casas, en el comportamiento de sus padres y en su colegio, en cada uno de quienes allí laboran. Y claro, muchos dirán que no siempre es así y lo acepto. Pero he conocido casos reales, de apoderados que cumplen más allá de cómo lo he visto en otros colegios sus responsabilidades asistiendo a cada reunión, a cada citación a entrevista, a colaborar sin reparos con las medidas correctivas que a veces es necesario enfrentar, estando ocupados en cada instante del bienestar personal y colectivo de los estudiantes, participando y apoyando en sus actividades. Lo he visto en tal grado de cumplimiento, que me parece que nunca lo había visto así. Soy testigo, por lo demás, cómo a diario cada docente asume este mismo rol de modelo y ejemplo en cada acción que desarrolla dentro y fuera del aula.
No es lo mismo declararlo que hacerlo. No es lo mismo (y se nota) hacerlo en apariencia -y solo por cumplir- que hacerlo de verdad.
2. Reflejo: Querámoslo o no, los estudiantes siempre tienen mayor afinidad con algunos adultos que con otros. Eso, obviamente es una actitud humana que todos tenemos, pero en un niño o joven es de especial cuidado por cuanto en ocasiones, esas cercanías o distancias involucran directamente a sus padres o docentes. Saber eso, entenderlo, hacerlo jugar a favor y no en contra, para ir retejiendo las relaciones dañadas es algo que también veo en este colegio. Sin espacio para envidias o resquemores, se trata de conseguir que aquellos adultos significativos se esfuercen en aprovechar esa influencia en beneficio del estudiante y mostrarles en su trato cotidiano, todo el valor y potencial que esos niños y jóvenes tienen. Hay adolescentes que quisieran quedarse mucho rato al lado de sus profesores que sienten cercanos y he vistos tantos casos de colegas que invierten los escasos minutos de sus recreos en escucharlos y guiarlos. Como también he visto apoderados hacer lo mismo con los amigos de sus hijos, que a veces les tienen más confianza que a sus propios padres y actúan en consecuencia. Me ha impresionado.
Testimonio: Las instancias de cercanía de los adultos responsables son aprovechadas al máximo para entregar testimonio de experiencias de vida que resultan creíbles y útiles a los niños y jóvenes. Acciones tan sencillas como que los docentes bailan junto a sus cursos en las presentaciones, o participan directamente en actividades deportivas o artísticas, son mucho más que una acción de las hoy llamadas "buena onda", son una permanente instancia formativa.
Eso implica un compromiso enorme, eso implica de verdad creer y aportar a una comunidad educativa. Eso tan escuetamente declarado en un documento de menos de una docena de líneas en la agenda escolar, es una realidad que todos los miembros del Colegio cardenal Raúl Silva Henríquez viven a diario. Desde el Presidente del Centro de Padres, hasta el apoderado recién ingresado. Desde la Directora del Colegio, hasta el docente más joven titulado hace menos tiempo y recién contratado.
Es cierto que solo conozco la realidad de este Colegio. Es cierto que cada institución y cada estudiante y cada miembro de la comunidad escolar son distintos. Es cierto que las debilidades humanas pueden provocar que haya ocasiones en que no funcione. Pero para evaluar la calidad de una comunidad, no debo tomar una parte por el todo. Un bosque tiene cientos o miles de árboles. Yo me pregunto, ¿si a ellos les resulta, por qué a otros no podría resultarles si se esfuerzan de verdad?
En lo personal, que solo he venido por un reemplazo que terminará junto a las responsabilidades académicas de este año, ha sido una gratísima sorpresa, una experiencia invaluable y, sobre todo, un aprendizaje profundo y significativo.
prof. Benedicto González Vargas
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