(por R. Rigoter)
Soy José de Arimatea, miembro del Sanedrín. He sido clandestinamente discípulo de Jesús, ya que el temor a las autoridades religiosas me ha inhibido de manifestarlo públicamente...hasta ahora.
Es que sus palabras no dejan de razonar en mi mente: "En cuanto a todo aquel, pues, confiese unión conmigo delante de los hombres, yo también confesaré unión con él delante de mi Padre que está en los cielos; pero en cuanto a cualquiera que me repudie delante de los hombres, yo también lo repudiaré delante de mi Padre que está en los cielos". Y me ha bajado la angustia de que el cuerpo de este hombre divino, injustamente condenado, pueda ser echado a una fosa común. Es por eso que, llevado por una inquietud cada vez mayor y arrepentido de no haber tenido en su momento el valor de confesar delante de los hombres mi devoción por él, he acudido donde el procurador Poncio Pilatos y movido toda mi influencia, logrando que me permitiera dar una sepultura digna a su cuerpo, para lo cual he dispuesto una tumba labrada en la roca que tenía destinada para mi familia.
Así, ayudado por Nicodemo, otro devoto clandestino de Jesús, hemos bajado su cuerpo de la cruz y lo hemos envuelto en telas de lino con especias aromáticas. Y lo hemos llevado a la sepultura, donde su cuerpo esperará dignamente la resurrección que nos ha prometido y que anhelo, para poder pedirle perdón por no haber tenido antes la valentía de proclamar ante los hombres que creía en él.
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