(por José Miguel Ibáñez Langlois)
Si Frankl -al igual que Freud- sobrepasa los cánones convencionales de la psiquiatría, es porque en su caso él debió sobrepasar antes al propio Freud; y de hecho, junto con Max Scheler, es quien ha consumado con particular rigor la refutación de la antropología freudiana y su concepción materialista, mecanicista, asociacionista y psicologista del hombre: superación atropológica que, en lo psicológico, ha permitido dibujar de otra manera -no con brocha gorda- el cuadrilátero cuyos vértices son el inconsciente, la líbido, la represión y la sublimación.
Frankl ha desarrollado una ciencia psiquiátrica capaz de moverse más allá del complejo de Edipo y del complejo de inferioridad -los caballos de batalla de Freud y Adler_, y también más allá de toda mera dinámica (cuando no mecánica) de instintos, pulsiones y emociones, para escudriñar el combate espiritual que se libra tras los padecimientos psíquicos del hombre enfermo. Incluso, en ciertos casos, llega al extremo paradógico de invertir a Freud, mostrando cómo ciertas patologías sexuales, imágenes, sueños y disfunciones de ese orden son, en último término, síntomas o señales de una búsqueda frustrada de Dios por parte del sujeto humano.
Esta nueva psicoterapia, desde arriba lleva el ya célebre nombre "logoterapia": método que; con el mayor respeto por el dominio bioquímico o psicosomático, así como también por los procesos de suyo psicológicos, apela a la instancia ética y filosófica y espiritual del sentido de la existencia, como un problema que está siempre envuelto en la dolencia psíquica: solo entonces, mirando también hacia arriba, puede el médico abordar al hombre entero, sin reduccionismos que, al cabo, solo disminuyen la eficacia de la terapia misma.
Ocurre así que capítulos enteros de la obra de Frankl tratan del sentido de la vida, del sentido del dolor, de la muerte, del amor, de la enfermedad misma, del trabajo, de la familia, etc.: no como sentidos que el médico pueda enseñar desde fuera al enfermo, sino como descubrimientos que el propio paciente ha de realizar desde sí mismo con la ayuda del logoterapeuta. No se descarta ningún nivel estructural del ser humano: simplemente se rompen los esquemas de esa caricatura que se nos ha habituado a llamar "psique", para situarnos ante la totalidad del enfermo, que en definitiva es un hombre y no una máquina que se ha averiado.
Para el psiquiatra, dice frankl, es la hora de abordar la existencia humana no solo en "profundidad" -alusión al ambiguo concepto de "psicología profunda"-, sino también y esencialmente en "altura", rebasando el nivel psicofísico e integrando, por principio, el campo de lo espiritual. Desde este punto de vista, la terapia clásica es por fuerza limitada, es decir, poco eficiente como método curativo, cuando deja fuera los problemas relativos a la concepción del mundo, al sentido de la existencia, a los valores, como realidades extrañas a la psiquiatría. En cambio, el autor nos demuestra con una profusión de casos clínicos el indudable poder curativo de la logoterapia, en aquellas enfermedades que envuelven un auténtico problema espiritual (¿y cuáles no?).
No puedo yo, en los límites de este comentario, encarecer debidamente la riqueza de sugerencias, perspectivas e intuiciones que contiene la gran obra de Víktor Frankl. Sólo dire que, aparte de ser lectura indispensable para psiquiatras y aun para médicos en general, abre también un horizonte maravillosamente despejado y diáfano al lector común que se interese por los problemas radicales de la condición humana (y de allí su conocido éxito editorial). En la enfermedad se revela el hombre entero; en la curación no puede menos que apelarse también a la integridad del hombre, cuerpo, psique y espíritu. Es esta lección de totalidad la que se desprende a cada página de las ideas, los casos y las experiencias de la obra de Frankl.
Mirando desde el borde del fin del milenio, diría que la logoterapia, como curación por la búsqueda del Sentido, más que un método terapéutico en la acepción técnica del término, es una perspectiva totalizante e integradora que, a estas alturas, se ha incorporado en las escuelas y metodologías (y personalidades) psiquiátricas más lúcidas, como una aire primaveral de renovación, que ha vitalizado aquellas atmósferas un tanto enrarecidas de los reduccionismos psicológicos de las décadas pasadas. Y en este aspecto no es una obra consumada -por más que Frankl la haya llevado tan lejos-, sino, mejor aún, una vertiente de prometedores desarrollos futuros con vistas a una psiquiatría integral.
Publicado originalmente por el autor en El Mercurio, Revista de Libros, 11 de octubre de 1997.
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