jueves, 24 de julio de 2008

Los ejércitos, de Evelio Rosero


por Santiago Maisonnave

Los ejércitos comienza con la descripción de un ambiente idílico, casi paradisíaco: bajo la calidez del sol, escuchando la risa de las guacamayas y fingiendo ocuparse de recoger las naranjas de su jardín, Ismael -anciano profesor del pequeño pueblo de San José- observa la desnudez de su atractiva vecina. Las imágenes, los sonidos, los aromas que describe Ismael llegan sostenidos por una voz arrulladora, sensual y pacífica. Pronto aparecerán en el relato, sin embargo, los disonantes acordes de la violencia.

El último trabajo de Evelio Rosero -con el que ganó la segunda edición del Premio Tutsquets de novela- desarrolla una mirada microscópica sobre la violencia en Colombia.

La vida apacible que Ismael y su mujer, Otilia, han logrado construir tras 40 años en el pueblo, se verá amenazada por los ataques de un ejército sin identidad sobre los habitantes de San José. Las desapariciones de vecinos se suceden cada vez más próximas, hasta que una mañana desaparece también Otilia. Se cierra así sobre el profesor un círculo que había comenzado a cercarlo -aún sin saberlo- decadas atrás, cuando presenciara el asesinato impune de un desconocido en una estación de colectivos. Avanza el relato, desde allí, en una espiral de locura que juega de un modo sutil e inquietante que juega con los límites de la verosimilitud realista.

La violencia -la guerra- trabaja como un elemento degradante en la novela de Rosero. Su irrupción es sorpresiva: siempre estuvo allí, actuando sobre la vida del pueblo como un tumor lo hace dentro de un cuerpo. La gradual e inexorable descomposición de Ismael, desde la ausencia de su mujer, se enmarca, entonces, en la que sufre todo el pueblo, condenado a la engañosa doisyuntiva abierta entre el éxodo o la desaparición.

"Seguramente porque es el atardecer, y porque es la guerra, la misma honda penumbra de este día rodea todas las cosas", escribe Evelio Rosero en las páginas de Los ejércitos. Allí está su  novela, haciendo luz para que sepamos que no todo está perdido.

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