Caso único en nuestras letras, Joaquín Edwards Bello
alcanzó el Premio Nacional de Literatura en 1943 y el Premio Nacional de
Periodismo en 1959. Ipensable para quienes lo conocieron desde joven, cuando
aborrecía la escuela por imponerle conocimientos inútiles. Tanto detestaba el
liceo, que dejó inconclusos sus estudios: "mi sabiduría consiste
en haber estudiado poco" -decía-.
Hoy, cuando han pasado
cuarenta años desde su desaparición, recordamos a este escritor chileno que
dejó una huella indeleble en la literatura y el periodismo.
Edwards Bello nació
en Valparaíso el 10 de mayo de 1887 y su apellido, al menos en Chile, nos habla
de aristocracia y erudición, de finanzas, periodismo y literatura. Fue, sin
embargo, una especie de oveja negra para su familia, ya que las emprendió
contra los de su misma clase en muchos de sus escritos.
Sus novelas ágiles y
amenas, a menudo nos parecen reportajes o crónicas noveladas. Su obra En el viejo Almendral, a muchos
les ha parecido un libro de memorias. Por otra parte, El Roto desató más de alguna
polémica por elevar a categoría de héroe literario a Esmeraldo, ese chiquillo
medio salvaje que había pasado toda su vida en el degradado ambiente de un
burdel de mala muerte en el barrio Estación Central.
Otras obras dignas
destacar son El Inútil, El Monstruo, Criollos en París, Cuentos de todos colores y, por
supuesto, la inolvidable Chica del Crillón,
que traspasó el ámbito de lo literario para ser llevada al cine.
Su labor
periodística está compuesta por artículos y crónicas cuyo número se estima en
más de diez mil. Fue este su oficio cotidiano, quel que le permitió tomar el
pulso de los acontecimientos que día a día ocupaban el interés de la opinión
pública. Las páginas de La Nación fueron su tribuna por espacio de medio siglo y
aunque los materiales propios de la crónica periodística son en su mayoría
pasajeros y perecibles, los artículos de Edwards Bello permanecen frescos y
vigentes como s se ocuparan de hechos actuales.
Un elemento constante en su
narrativa es la defensa de los valores nacionales en oposición a las culturas
postizas traídas del extranjero. Su crítica social es mordaz e irónica, lo
amargaba que se malgastara y perdiera tanto talento en cosas vanas. Otro tópico
destacable es su admiración por nuestro baile nacional, la cueca provocaba en
él "ideales de hazañas, de grandes negocios,
de desplantes varoniles..."
En realidad nuestro escritor fue
un personaje digno de sus propias novelas: rebelde, irónico, atípico, fue capaz
de derrochar una fortuna sin que ello le preocupara en lo más mínimo. Pero ni
la literatura, ni el periodismo, ni su labor en la Academia Chilna de la Lengua
o en el PEN Club, fueron capaces de reencantarlo uando sintió que ya nada lo
motivaba... Joaquín Edwards Bello, abandonó este mundo por decisión propia el
19 de febrero de 1968. Su obra aún nos acompaña.
prof. Benedicto González Vargas
Artículo publicado originalmente en el periódico El Coirón Cordillerano, de Puente Alto, el 3 de diciembre de 1993. Publicación original puede verse aquí
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