lunes, 15 de septiembre de 2008

¿Por qué nos gusta tanto Carmen Berenguer?

Seguramente por lo que escribe. Indudablemente estamos hablando de una poeta de fuste, de una maestra en el uso del verbo y de una sacerdotisa capaz de convocar a la poesía para que ella ilumine sus versos Sin embargo, tengo la sospecha de que Carmen Berenguer nos gusta tanto también por lo que habla, por lo que opina, por sus convicciones y sus luchas, por su ejemplo. Talento y esfuerzo que en ella se combinan con particular brillo y eso es lo que ha sido reconocido tantas veces en las críticas literarias, en los premios ganados y en la opinión de la gente. Bueno, respecto de la opinión de la gente todavía hay deudas. Lo más probable es que si preguntamos en una plaza cualquiera quién es Carmen Berenguer, la ignorancia superlativa de los chilenos con respecto a nuestra poesía muestre su peor y más verdadero rostro. Si lo consultamos a nuestros jóvenes estudiantes secundarios en una marcha cualquiera, nos mirarán como seres de otro planeta: ¿habiendo tantos problemas en la educación y venir a preguntarnos por esa tal Carmen Beren...cuánto?


Por cierto que respuestas como ésas son más culpa de nosotros los adultos que de los jóvenes, porque nunca les hemos dado la oportunidad de apreciar la poesía, porque en las aulas más que enseñar a amarla, les enseñamos a descuartizarla y así vistas las cosas, es mucho mejor para Carmen y para quienes nos gusta su obra, que permanezca ignorada de esas salas mortuorias (de poesía) que son nuestras salas de clases.

Sin embargo, la obra de Carmen está más viva que nunca, porque es una poesía profundamente arraigada en sus propias búsquedas y encuentros, en sus convicciones sustentadas a fuerza de plantearse una y otra vez su lugar en el mundo como poeta y como mujer, poseedora de la experiencia de vivir y luchar en una ciudad y una sociedad atravesada por situaciones tan extremas, tan distintas y distantes que desearía abarcarlas todas en las páginas de sus libros y debiendo contentarse con dejar pinceladas de ello, pinceladas imborrables, por cierto, del secreto encanto de la pasión, de la exclusión, de la lucha y de la marginalidad. El secreto encanto de la obra de Carmen es que, muy probablemente, aunque no queramos reconocerlo, vamos encontrado en sus versos huellas profundas de chilenidad que no siempre es grato saber que tenemos. Es que a veces pareciera que Carmen abre de par en par las ventanas por mucho tiempo cerradas de nuestra identidad menos amable y con ese acto transgresor deja escapar y pone en evidencia los malos olores que hemos querido ocultar de nuestros propios sentidos.

Poeta atípica, más de una vez ha señalado sentirse ajena en un mundo ajeno, pues cree firmemente que la mujer ha sido injustamente postergada en nuestro canon literario. Una vez le preguntaron cuándo se reconoció poeta. Su respuesta elocuente fue: "Creo que fue la conciencia que tuve de un recuerdo de infancia, y que luego se manifestó en la juventud cuando escribí aquello que no podía comunicar por otros medios. Pienso además que veía el mundo al revés, no pretendo decir con esto que mi asma y mi dislexia sean una exégesis literaria".

Por todo esto, espero confiado el día en que las mentes brillantes que escogen los premios literarios, esas mentes distintas, pero tan parecidas a las que negaron el Nacional de Literatura a Vicente Huidobro, a María Luisa Bombal, a Juan Emar o a Luis Vulliamy, tengan la deferencia, la rara deferencia, un día de acordarse de nuestra Carmen Berenguer y anotar su nombre en la lista de elegidos, para ver si por fin le hacemos más caso a los poetas que a los tecnócratas o a los políticos para ir (re)construyendo de mejor forma esta casa nuestra que nos cobija y que agarrada a la cordillera y humedeciéndose en el mar, es capaz de producir poetas tan notables como ella. Por mientras, nos quedamos con sus libros, con sus versos y con esa personalidad que nos seduce y nos encanta. Al fin y al cabo, da lo mismo saber por qué nos gusta tanto, lo importante es que ella lo sepa, para que no nos deje huérfanos un día de estos.

prof. Benedicto González Vargas

publicado originalmente en el Nº 74 de la Revista La Pollera

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