Durante siglos la escuela ha permanecido igual. Las formas de enseñar,
las metodologías, incluso los conocimientos mismos han tenido fortaleza y
persistencia tal que el modelo
tradicional de aprendizaje que hoy mayoritariamente usamos puede
rastrearse hasta antes de la Revolución Industrial y, al decir de
algunos, nos quedamos cortos.
Sin embargo, el mundo ha cambiado dramáticamente en los últimos treinta
años y la escuela, como institución social, debe ser capaz de adaptarse.
La globalización, la tecnologización y la hipervinculación han modificado un elemento esencial que era patrimonio casi exclusivo
de los sistemas educativos: la gestión del conocimiento. La escuela y
los libros tradicionales (de papel) eran los soportes que transmitían
mayoritamente el conocimiento y la cultura y sin los cuales era
impensable gestionar, promover, transmitir o difundir los saberes nuevos
y antiguos.
Sin embargo, ello cambió. Bien sabemos que ni el libro tradicional, ni
menos la escuela actual, cumplen con las expectativas de los niños y
jóvenes actuales y, mucho menos, con las necesidades reales de manejo de información que ellos tienen.
Al perder la escuela y los libros el monopolio de la educación, se fueron creando realidades en las cuales el mundo digital
se alza como el nuevo reservorio de la cultura universal al que
necesariamente debemos adaptarnos o resignarnos a un anquilosamiento personal,
laboral, cultural y hasta social.
No puede, por cierto, la escuela
permanecer ajena a eso.
Debemos preparar a nuestros estudiantes en la adquisición de las
competencias necesarias para adaptarse a un mundo cambiante. No es fácil
para la escuela cambiar la mirada, pues durante siglos recurrió a
saberes conocidos para problemas conocidos. Durante siglos fue
entregando herramientas y conocimientos que mutaban muy poco y que, por
lo tanto, podía el individuo recurrir a ellos a lo largo de su vida
cada vez que los necesitara. Ya no es así.
Pero no sólo hay que preparar a nuestros estudiantes para dotarlos de
las herramientas pertinentes que les permitirán navegar por las
marejadas de información de la web,
sino que hay la urgente necesidad de establecer y difundir una mirada
crítica y ética de los usos tecnológicos que complemente la mera
funcionalidad con la que parecen quedarse los docentes más cercanos a
la tecnología.
El gran desafío, por tanto, no es pensar si es válido incorporar el uso
de las tic en educación, esa interrogante ya está hace rato superada,
sino cómo aprovechar estas herramientas para desarrollar las capacidades
necesarias para desenvolverse en el siglo XXI.
No podemos conformarnos con incorporar cantidad de recursos
tecnológicos, como suele hacerse a través de los ministerios de
educación y creer que con ello estamos en el camino
correcto: hay que dar pasos seguros hacia la calidad y ello pasa,
forzosamente, por agregar el componente valórico que implica la mirada
crítica y la mirada ética de las tecnologías informáticas en educación.
Parece fácil decirlo. Pero hacerlo constituye uno de los mayores desafíos que enfrentamos en educación.
prof. Benedicto González Vargas
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