Junto con mi hija, quien aparece en la fotografía, conocimos a María
Eugenia Rojas un miércoles por la tarde en su sencilla oficina del
Pidee, una institución defensora de los derechos humanos, especialmente
de los derechos de los niños. Una casa grande y hermosa, con mucha
historia de ayuda social y de lucha contra las injusticias. Ella es hija
del gran escritor chileno Manuel Rojas, pero su vida personal es un ejemplo de sacrificio y ayuda a los demás.
La contactamos porque Helein —mi hija— debía efectuar un trabajo
escolar con un cuento publicado por María Eugenia. Al ahondar un poco
en su biografía y en su testimonio, me di cuenta de que estaba ante un
personaje clave de los últimos 80 años de la vida cultural y política de
Chile. Y, por cierto, fue un privilegio estar con ella y compartir
esto a través de Letralia.
La entrevista que presento a continuación la hicimos en conjunto
con mi hija, ella pensando en su tarea escolar y yo en mis lectores.
Esa experiencia, de trabajar con ella, también fue muy interesante y, en
lo personal, gratificante.
—Su padre, Manuel Rojas, fue un famoso escritor chileno, ¿le contaba cuentos cuando niña? ¿Se acuerda de alguno?
—Nos contaba muchos cuentos, nos leía libros de cuentos, recuerdo
las lecturas que nos hacía de los libros de Rainer Maria Rilke, además
siempre estaba inventándonos historias, nos hacía juegos de palabras,
nos pedía pensar en alguna palabra y luego buscar sus derivados y con
eso construía historias hermosas y entretenidas. Recuerdo que cuando
vivimos con la familia Jeria, familia materna de la ex presidenta
Bachelet, mi padre impuso que en los almuerzos, que antes se
disfrutaban y conversaban en familia, cada día una persona contara un
capítulo de un libro o una historia. Mi padre siempre nos acercó a la
literatura y a la naturaleza, otra de sus grandes pasiones.
—¿Qué tipo de cuentos le gustan? ¿Por qué?
—Me gustan los cuentos donde hay ternura, donde se puede apreciar
un conocimiento del ser humano, bueno o malo, porque es interesante
conocer a las personas, los rasgos psicológicos que presenta la
literatura permite, incluso, que uno reconozca en ellos características
de amigos y parientes. Me gustan los cuentos infantiles, especialmente
los tradicionales que son parte de las leyendas y del folklore, que no
tienen autor conocido. Por eso el libro reúne estas historias que
fueron recopiladas, fue un libro hecho pensando en mis hijas y para
todos los niños, con historias bellas que no hablan de sustos ni de
maldades, no hay brujos ni ogros en la primera edición de estos
cuentos, sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que era un error
porque en la vida no todo es bondad ni amor y los niños deben saber que
existen personas que hacen daño, así como personas que ayudan a los
demás. Siempre me ha gustado ponerle a los cuentos algo propio, una
impresión o un recuerdo.
—Su madre falleció cuando usted era niña, ¿qué recuerdos tiene de ese hecho?
—Mi madre murió cuando yo tenía siete años y mis hermanos menores
quedaron de 6 y 4 años. En aquellos años había empleadas que vivían
desde siempre en las casas, yo recuerdo especialmente a una, que había
llegado de 8 años a la casa de mi abuela y que fue mi ángel de la
guarda en esos días. Después, cuando yo tenía 11 años, mi padre se casó
por segunda vez con Valeria López, a quien le agradezco que me
enseñara valores como el orden, ya que ella fue educada en Francia, con
normas de orden y disciplina muy estrictas y, aunque no fue severa con
nosotros, nos enseñó mucho. Por supuesto que al principio resentí su
llegada, yo era la mayor, “la dueña de casa”, pero ahora le agradezco a
Valerita todos sus cuidados y enseñanzas.
Finalmente, un recuerdo muy lúcido y poco feliz que tengo de la
muerte de mi madre es que una tía me alzó en brazos para que yo la viera
en el ataúd. Fue impresionante y nunca más he querido ni he visto a
nadie cuando está en un ataúd.
—Además de leer mucho y de escribir, ¿a qué se dedica?
—Yo trabajo en derechos humanos, en derechos del niño, en ayudar a
las personas con problemas. Chile tuvo una dictadura terrible, había
miedo, represión, odio, violencia, muchos niños sufrían la pérdida de
sus padres. Fue entonces, en 1975, cuando creamos, junto a Elena
Caffarena, Olga Poblete, Elisa Pérez y otras personas, esta Fundación
Pidee, que significa Protección a la Infancia Dañada por Estados de
Emergencia. Esta casona hermosa donde nos encontramos fue donada por
organizaciones de Finlandia y Suecia, quienes también financiaban
nuestros proyectos. Teníamos talleres de pintura, de artes, de
manualidades, un sector de atención médica que en un momento estuvo a
cargo de nuestra ex presidenta, Michelle Bachelet, había todo tipo de
actividades recreativas y culturales, esta casa estaba llena siempre.
Hasta hoy hay personas que dicen que “sus mejores recuerdos de infancia
están en los talleres del Pidee”. Con el tiempo, hubo oficinas locales
del Pidee en varios países.
—¿Qué la inspiró a trabajar en esto?
—Ver el dolor de tanta gente, su angustia, su miedo, su
desesperación. A mi marido, Fernando Ortiz, lo perdí en la dictadura, él
era académico de la Universidad de Chile y hoy es un detenido
desaparecido. Por aquellos años sólo la Vicaría de la Solidaridad tenía
algunos programas de ayuda a los niños, nadie más, esa fue la labor
que quisimos cumplir acá en nuestra Fundación. No hay nada más bello
que la sonrisa de un niño y esa es mi motivación para seguir
trabajando, hoy ayudamos a comunidades lafquenches en la comuna de
Tirúa.
—¿Cómo puede ayudar la literatura a la defensa de los derechos humanos?
—De muchas maneras: contando historias que reflejen valores,
acciones humanas, conductas, lo bueno y lo malo. Haciendo
investigación, hablándonos del maltrato. La literatura es una buena
herramienta en la lucha por los derechos humanos.
—¿Qué comentario le gustaría hacer del cuento “La princesa que gastaba siete pares de zapatos por noche”?
—Para hacer el libro donde está ese relato, leí muchos cuentos,
particularmente me gustaron unas historias mapuches y algunos cuentos
onas. Las otras, probablemente, sean historias traídas por los españoles
que la tradición conservó. Mi padre aún estaba vivo cuando leía esos
cuentos y siempre me decía que los reuniera y los presentara a una
editorial para publicarlos. Le hice caso, el libro apareció cuando él
estaba en vida. Ese cuento, específicamente, es una historia
maravillosa, imposible de que ocurra, nadie gasta siete pares de
zapatos por noche, pero tiene cierto encanto que a los niños le gusta,
siempre pienso por qué les gusta tanto, es un relato hermoso, sin duda.
—¿Algún libro que desee publicar pronto?
—Siempre hay interés, ahora estoy escribiendo algunos recuerdos de
infancia, tal vez los publique, no es algo que esté decidido aún.
—¿Qué opinión tiene del libro de Julienn Clark, Nunca te he de olvidar, donde cuenta la relación de ocho años que tuvo con su padre, con quien tenía una diferencia de edad de casi 50 años?
—Lo leí, me parece que la primera parte, donde cuenta cómo se
conocieron, ella era su alumna en la universidad en Estados Unidos,
luego su viaje a México y su llegada a Chile, son memorias que se
ajustan a los hechos ocurridos. Sin embargo, la última parte, los
últimos años en Chile, cuando ella se fue, cuando volvió a ver a mi
padre cuando estaba muy enfermo, al final de sus días, el relato falta a
la verdad. Hay cosas que todos sabíamos y que en el libro se cuentan
distinto. Eso no me gustó, la verdad ante todo.
Dejamos, pues, a María Eugenia Rojas en sus oficinas, en la amplia
casona de Ñuñoa donde funciona esta Fundación, con la sensación de
haber conocido a una figura que, aunque para el grueso público no es tan
conocida, es clave en la historia reciente, literaria y política, de
Chile. Testigo privilegiada de lo mejor de la literatura chilena
reciente y personaje activo de las luchas por los derechos humanos en
tiempos del autoritarismo militar. Fue, además, una de las primeras en
acoger laboralmente a Michelle Bachelet a su regreso del exilio y ahora
sigue trabajando por los derechos de los niños mapuches. Sin lugar a
dudas, una mujer valiosísima.
prof. benedicto González Vargas
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