viernes, 8 de marzo de 2019

La monja alférez

Catalina de Erauso y Pérez de Galarraga, nacida en San Sebastián de Guipúzcoa en 1592, fue un notable personaje que funde en su vida las guerras de conquista, la religión católica y la literatura. A los cuatro años de edad fue entregada al convento de las monjas dominicas, donde estuvo hasta los 15 años, época en que para salvar de un castigo, huyó del convento. Su vida posterior es digna de cine y novela. Sirvió siempre vestida de hombre, como militar, sirviente o paje, para evitar la persecución y castigo por parte de su familia. En cuanto pudo se embarcó para el nuevo mundo, logrando llegar a Trujillo en Perú; una vez allí y usando el nombre de Francisco de Loyola, se dedicó a trabajar con un mercader, en ausencia de éste, un día se bate a duelo hiriendo de gravedad a su contrincante, por lo que es tomada prisionera.

Obtenida su libertad, se enrola en las tropas que vienen a Chile, llegando a la ciudad de Concepción, donde actuó como secretario y ayudante del gobernador don Miguel Erauso, su propio hermano, a quien engañó haciéndose pasar por un hermano menor le habló de su familia en España y de su "hermana la monjita, que estaba en el convento".

Posteriormente fue designada al Fuerte de Paicaví, uno de los emplazamientos más peligrosos de la Guerra de Arauco. En 1610 se organizó una expedición contra los indígenas mapuches y en ella se distinguió como el más atrevido y valiente oficial. En la batalla de Valdivia, recibió el grado de alférez. En la siguiente, en Purén, el capitán de su compañía murió y ella tomó el mando, alcanzando la victoria, pero dadas las múltiples quejas por su trato a los soldados y la crueldad contra los indios, no fue ascendida al siguiente rango militar. Esto provocó molestia y frustración en ella  y se dedicó a cometer actos vandálicos, como asaltos, asesinatos y quemas. En un duelo en Concepción mató al auditor general de la ciudad. Estuvo presa seis meses. Luego se batió nuevamente a duelo, matando a su contrincante y luego también al padrino de éste, que era su propio hermano, estuvo presa ocho meses más hasta que huye a Argentina donde casi muere al atravesar la cordillera, pero es recogida por un lugareño. Luego se afinca en Tucumán, donde promete matrimonio a dos niñas, la hija de una viuda india y la sobrina de un canóniga, abandonando a ambas, pero llevando los regalos y el dinero  que recibió.

Pasó luego a Potosí, donde se hizo ayudante de un sargento mayor y volvió a pelear contra los indios, participando y liderando grandes matanzas en Chuncos. En La Plata fue acusada de un delito que aparentemente no cometió y fue torturada gravemente, aunque luego recuperó su libertad. Tras la prisión se dedicó a traficar trigo y ganado. Por deudas y rencillas de juego mató a otro individuo y fue condenada a muerte.  Salvando a último minuto por causa de otro condenado. Huyó otra vez a La Plata donde también mató a otro individuo​, un marido celoso que la acusaba de acosar a su mujer. Se refugió cinco meses en una iglesia y luego llegó a La Paz, donde por otro delito también la condenaron a muerte. Huyó de la paz cuando simulaba confesarse y se fue a Cuzco, donde fue detenida y acusada, pidió hablar con el obispo, a quien le reveló su condición de mujer, religiosa y virgen, comprobado todo ello fue enviada a España, el emperador Felipe III la recibió en su palacio como a una heroína y le concedió varios dones, entre ellos, una pensión por sus servicios prestados a la corona en la Guerra de Arauco, la restitución de su grado militar, la autorización para usar legalmente su nombre masculino y la divulgación de su notable y azarosa vida, de hecho fue él quien inventó el sobrenombre "Monja Alférez", con el que se la conoce hasta hoy. Se hizo muy famosa en la Europa Latina y el propio papa Urbano  VIII la recibió en Roma y autorizó a seguir vistiendo de hombre.

En 1630 volvió a América y se estableció en Veracruz instalando un negocio legal de transporte y arriería de ganado. Publicó un libro con sus memorias y falleció en 1650. Sus restos reposan hoy en una iglesia mexicana.

Varios dramaturgos y novelistas se han inspirado en su vida para escribir relatos, obras teatrales y guiones de cine.

prof. Benedicto González Vargas

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