miércoles, 16 de mayo de 2007

He decidido quedarme

Hoy abunda la información y los profesores debemos estar meridianamente claros en que no hay ningún contenido académico que se encuentre validado para ser enseñado y que nosotros podamos desarrollar, que no se encuentre disponible en algún lugar de la red. Como profesor de Lengua y Literatura en Castellano, sé bien que tanto en la Literatura, como en la Gramática y en la Lingüística, o en el análisis de los medios de comunicación masivos e interpersonales nada de lo que yo pueda enseñar o ejemplificar está ausente de las redes informáticas. En cuanto a las actividades prácticas que puedo diseñar para mis estudiantes (con esfuerzo, creatividad, pertinencia y todas las bondades necesarias), también estoy claro en el hecho de que hay muchas, muchísimas, publicadas, documentadas, reseñadas, sugeridas y replicadas que son tan buenas o largamente mejores que las mías. 
Si un estudiante de cualquier nivel de los que están conmigo quisiera hacerlo, podría encontrar en la web: 

a) Su programa de Estudios con objetivos, contenidos, sugerencia de actividades, bibliografía impresa y digital y hasta sugerencias de evaluación. 

b) Múltiples páginas en distintos idiomas (hoy hay buenos traductores on-line) con los contenidos que debe aprender. 

c) Montones de sitios educativos de la web 2.0 donde puede interactuar para pedir ayuda, precisiones y/o colaborar en los trabajos. 

d) Lugares donde se archivan decenas de trabajos de contenidos frecuentes, separados por contenido y niveles absolutamente disponibles a un dedo de distancia. 

e) Varias y excelentes bibliotecas virtuales, enciclopedias on-line y todo tipo de recursos de información. ¿Significa esto que tengo que irme para la casa y abandonar la pretenciosa idea de que soy indispensable para que alguien aprenda? Como en todas las cosas de la vida, esta respuesta no es unívoca y no pasa ni por mi vocación, ni por la importancia relativa que como profesor puedo tener para mis estudiantes. Pasa por mi comprensión del mundo en el que vivo, pero sobre todo del que vivirán mis actuales estudiantes. Pasa por mi esfuerzo por apropiarme de lo que vislumbro de ese mundo y ponerlo en sintonía con mis deberes profesionales. Pasa por dejar de lado las "formas en que yo aprendí" (a las que les tengo cariño, porque son las que me hicieron ser lo que soy y que me han acompañado toda una vida) y adoptar aquellas por las cuales "mis alumnos aprenden" que son las verdaderamente útiles para formarlos a ellos. 

Aunque no me gusten, aunque no las entienda, aunque me quiten el lugar central y casi omnipotente que soñé tener en el aula cuando estudié docencia. Pasa, en definitiva, por adaptarme al cambio, por hacerme amigo de las plataformas virtuales que saben más que yo, pasa por aliarme con ellas para invertir mis energías en beneficio de mis estudiantes. Si no estoy dispuesto a pasar por esto, tal vez sea razonable y útil que me vaya para la casa. Pero también pasa por darme cuenta que tengo otro rol fundamental que mis profesores (mis queridos viejos modelos) no tuvieron y en el cual puedo ser tan importante como lo fueron ellos para mí en el paradigma anterior y en el que mi desempeño adecuado hará la diferencia entre estudiantes que aprenden más y otros que aprenden menos o, dicho de otro modo, forjará el recuerdo agradecido que dejaré en esos niños y jóvenes que han sido confiados a mí: 

Debo asesorarlos en la búsqueda de la información. Debo ayudarlos a entregarles métodos útiles, fáciles, eficaces, globalizadores, críticos y forjadores de virtudes ciudadanas para enfrentar la avalancha de información. La paradoja del siglo XXI es que la inmensa cantidad de información de la que disponemos puede convertirnos en los seres más desinformados de la historia de la humanidad. Mis profesores no tenían ese problema, el magíster dicit era incuestionable. Yo de ellos aprendí lo mejor de lo que sé y me fue útil. Hoy mis estudiantes sí tienen ese problema y tienen por eso el derecho a cuestionarlo todo y si no los guío para adoptar criterios de búsqueda y selección de la información, habré pasado por sus vidas escolares como un encuentro inútil. 

He aquí que he encontrado entonces una nueva importancia y una nueva relación. También una nueva ilusión para sumergirme con todas mis ansias, mis dudas, mis temores, mis conocimientos, mis talentos y mis limitaciones a ayudarlos a encontrar ese método, a adquirir esos hábitos, a mediar sus prácticas. Tarea no modesta, sino enorme. Excede mis conocimientos y mis gustos: Me encantaba enseñar los autores y las obras que me gustan a mí. Pero estoy consciente que debo hacerme cargo de los intereses de ellos. De desarrollarles competencias y habilidades y dejar de lado mis definiciones librescas y hasta los ejemplos de clases que, de tanto usarlos, se convirtieron en amigos entrañables. Hace más de medio siglo que algunos visionarios se dieron cuenta de esto. Sin computadores personales, sin televisión en color, sin video tape, sin sistemas de telefonía móviles, por cierto sin Internet, ni wi-fi, ni banda ancha, ni ipod, ni nada. Como si hubieran sido buenos escritores de Ciencia Ficción, proyectaron el futuro de la tecnología electrónica y analógica de la que disponían y se percataron que las comunicaciones (y la información) iban a impactar tan fuerte en la Educación que se iba desplazar el eje del aula desde un profesor que enseña, a un estudiante que aprende. 

En los últimos dos decenios se han creado varios modelos encaminados a facilitar las competencias en el manejo de la información (CMI), enseñanza crucial que no puedo, por ética profesional, dejar de lado en mis haceres laborales, consciente de que es lo único y mejor que puedo hacer por mis estudiantes. Mi tarea, por tanto, consiste hoy en transmitir a mis estudiantes que ellos son capaces de definir temas, de elegir caminos de acción, de seleccionar experiencias, de usar terminología adecuada, de formular estrategias de búsqueda que incluya las diferentes fuentes de información, de analizar los datos recolectados a fin de valorar su importancia, calidad y conveniencia y de, finalmente, convertir la información en conocimiento. También me parece necesario ayudarles a comprender la importancia de la tecnología como herramienta útil, no como fin. Una herramienta que hará cosas maravillosas o decepcionantes a partir del uso que le den los usuarios. 

He aquí otra cosa: impulsar un uso responsable y ético de la tecnología es también mi responsabilidad. No me parece a mí que sea una tarea sencilla o despreciable. Por eso me he impuesto la misión de escribirlo, de multicopiarlo, de hipervincularlo, de vociferarlo si se quiere, porque deseo que mi profesión docente recupere el liderazgo y la importancia que alguna vez tuvo; pero, sobre todo, que ayudemos a formar los líderes de la gran Patria Humana que nos resuelvan los problemas que nuestra generación ha creado. 

Sólo por eso he decidido no irme para la casa. 

prof. Benedicto González Vargas 

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