Hoy abunda la información y los profesores debemos estar
meridianamente claros en que no hay ningún contenido académico que se encuentre
validado para ser enseñado y que nosotros podamos desarrollar, que no se
encuentre disponible en algún lugar de la red. Como profesor de Lengua y
Literatura en Castellano, sé bien que tanto en la Literatura, como en la
Gramática y en la Lingüística, o en el análisis de los medios de comunicación
masivos e interpersonales nada de lo que yo pueda enseñar o ejemplificar está
ausente de las redes informáticas. En cuanto a las actividades prácticas que
puedo diseñar para mis estudiantes (con esfuerzo, creatividad, pertinencia y
todas las bondades necesarias), también estoy claro en el hecho de que hay
muchas, muchísimas, publicadas, documentadas, reseñadas, sugeridas y replicadas
que son tan buenas o largamente mejores que las mías.
Si un estudiante de
cualquier nivel de los que están conmigo quisiera hacerlo, podría encontrar en
la web:
a) Su programa de Estudios con objetivos, contenidos, sugerencia de
actividades, bibliografía impresa y digital y hasta sugerencias de evaluación.
b) Múltiples páginas en distintos idiomas (hoy hay buenos traductores on-line)
con los contenidos que debe aprender.
c) Montones de sitios educativos de la
web 2.0 donde puede interactuar para pedir ayuda, precisiones y/o colaborar en
los trabajos.
d) Lugares donde se archivan decenas de trabajos de contenidos
frecuentes, separados por contenido y niveles absolutamente disponibles a un
dedo de distancia.
e) Varias y excelentes bibliotecas virtuales, enciclopedias
on-line y todo tipo de recursos de información. ¿Significa esto que tengo que
irme para la casa y abandonar la pretenciosa idea de que soy indispensable para
que alguien aprenda? Como en todas las cosas de la vida, esta respuesta no es
unívoca y no pasa ni por mi vocación, ni por la importancia relativa que como
profesor puedo tener para mis estudiantes. Pasa por mi comprensión del mundo en
el que vivo, pero sobre todo del que vivirán mis actuales estudiantes. Pasa por
mi esfuerzo por apropiarme de lo que vislumbro de ese mundo y ponerlo en
sintonía con mis deberes profesionales. Pasa por dejar de lado las "formas en
que yo aprendí" (a las que les tengo cariño, porque son las que me hicieron ser
lo que soy y que me han acompañado toda una vida) y adoptar aquellas por las
cuales "mis alumnos aprenden" que son las verdaderamente útiles para formarlos
a ellos.
Aunque no me gusten, aunque no las entienda, aunque me quiten el lugar
central y casi omnipotente que soñé tener en el aula cuando estudié docencia.
Pasa, en definitiva, por adaptarme al cambio, por hacerme amigo de las
plataformas virtuales que saben más que yo, pasa por aliarme con ellas para
invertir mis energías en beneficio de mis estudiantes. Si no estoy dispuesto a
pasar por esto, tal vez sea razonable y útil que me vaya para la casa. Pero
también pasa por darme cuenta que tengo otro rol fundamental que mis profesores
(mis queridos viejos modelos) no tuvieron y en el cual puedo ser tan importante
como lo fueron ellos para mí en el paradigma anterior y en el que mi desempeño
adecuado hará la diferencia entre estudiantes que aprenden más y otros que
aprenden menos o, dicho de otro modo, forjará el recuerdo agradecido que dejaré
en esos niños y jóvenes que han sido confiados a mí:
Debo asesorarlos en la
búsqueda de la información. Debo ayudarlos a entregarles métodos útiles,
fáciles, eficaces, globalizadores, críticos y forjadores de virtudes ciudadanas
para enfrentar la avalancha de información. La paradoja del siglo XXI es que la
inmensa cantidad de información de la que disponemos puede convertirnos en los
seres más desinformados de la historia de la humanidad. Mis profesores no
tenían ese problema, el magíster dicit era incuestionable. Yo de ellos aprendí
lo mejor de lo que sé y me fue útil. Hoy mis estudiantes sí tienen ese problema
y tienen por eso el derecho a cuestionarlo todo y si no los guío para adoptar
criterios de búsqueda y selección de la información, habré pasado por sus vidas
escolares como un encuentro inútil.
He aquí que he encontrado entonces una
nueva importancia y una nueva relación. También una nueva ilusión para
sumergirme con todas mis ansias, mis dudas, mis temores, mis conocimientos, mis
talentos y mis limitaciones a ayudarlos a encontrar ese método, a adquirir esos
hábitos, a mediar sus prácticas. Tarea no modesta, sino enorme. Excede mis
conocimientos y mis gustos: Me encantaba enseñar los autores y las obras que me
gustan a mí. Pero estoy consciente que debo hacerme cargo de los intereses de
ellos. De desarrollarles competencias y habilidades y dejar de lado mis
definiciones librescas y hasta los ejemplos de clases que, de tanto usarlos, se
convirtieron en amigos entrañables. Hace más de medio siglo que algunos
visionarios se dieron cuenta de esto. Sin computadores personales, sin televisión
en color, sin video tape, sin sistemas de telefonía móviles, por cierto sin
Internet, ni wi-fi, ni banda ancha, ni ipod, ni nada. Como si hubieran sido
buenos escritores de Ciencia Ficción, proyectaron el futuro de la tecnología
electrónica y analógica de la que disponían y se percataron que las
comunicaciones (y la información) iban a impactar tan fuerte en la Educación
que se iba desplazar el eje del aula desde un profesor que enseña, a un
estudiante que aprende.
En los últimos dos decenios se han creado varios
modelos encaminados a facilitar las competencias en el manejo de la información
(CMI), enseñanza crucial que no puedo, por ética profesional, dejar de lado en
mis haceres laborales, consciente de que es lo único y mejor que puedo hacer por
mis estudiantes. Mi tarea, por tanto, consiste hoy en transmitir a mis
estudiantes que ellos son capaces de definir temas, de elegir caminos de
acción, de seleccionar experiencias, de usar terminología adecuada, de
formular estrategias de búsqueda que incluya las diferentes fuentes de
información, de analizar los datos recolectados a fin de valorar su
importancia, calidad y conveniencia y de, finalmente, convertir la información
en conocimiento. También me parece necesario ayudarles a comprender la
importancia de la tecnología como herramienta útil, no como fin. Una
herramienta que hará cosas maravillosas o decepcionantes a partir del uso que
le den los usuarios.
He aquí otra cosa: impulsar un uso responsable y ético de
la tecnología es también mi responsabilidad. No me parece a mí que sea una
tarea sencilla o despreciable. Por eso me he impuesto la misión de escribirlo,
de multicopiarlo, de hipervincularlo, de vociferarlo si se quiere, porque deseo
que mi profesión docente recupere el liderazgo y la importancia que alguna vez
tuvo; pero, sobre todo, que ayudemos a formar los líderes de la gran Patria
Humana que nos resuelvan los problemas que nuestra generación ha creado.
Sólo
por eso he decidido no irme para la casa.
prof. Benedicto
González Vargas
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