Entre los docentes que no están muy
convencidos de la importancia de que la educación escolar se haga cargo del
cambio tecnológico y que las nuevas tecnologías informáticas sean usadas en las
aulas de clases, surge siempre un argumento que, manifestado a la ligera,
pareciera ser solo una excusa o, a lo más, una idea dogmática y arcaica a la
vez: una supuesta deshumanización de las personas provocada por el uso excesivo
y abusivo de la tecnología. Como lamentablemente, nunca hay demasiado tiempo
para profundizar en los argumentos, esta idea suele ser poco considerada en los
análisis y los partidarios del trabajo con las tics en educación ni siquiera se
ocupan de hacerse cargo de ella.
De entre los múltiples comentarios que suelo
recibir cada vez que hablo de tecnología informática y educación, son los de
los padres y apoderados los que han expuesto más argumentación sobre esta idea,
argumentos que se fundan en la experiencia de ver a sus hijos cada vez más
absortos con productos tecnológicos que son usados, mayoritariamente, como
diversión y no como trabajo o estudio. Además, estos mismos jóvenes parecieran
caer en una vorágine que los insta a desear tener cada vez más y mejores
aparatos. Así las cosas, la tecnología suele ser una nueva barrera generacional
que aleja aún más a los distintos miembros de la familia o bien una permanente
fuente de conflictos de toda índole.
Reflexionando sobre esto, me pareció que esta
idea no es del todo absurda y requiere, de quienes apoyamos el uso de las tics
en educación, una respuesta mucho más precisa para evitar que estos obscuros
designios deshumanizadores vayan adquiriendo cuerpo real.
En primer término,
cabría señalar que es absolutamente cierto que la tecnología puede provocar una
obsesión y que varios estudiantes dedican a la "diversión tecnológica" ,
muchísimo más tiempo que a sus estudios o responsabilidades, lo que implica un
abandono de los hábitos que a la familia y a la escuela tanto les ha costado
formar. De hecho, ya hay filósofos que advierten sobre este fenómeno, como el
canadiense Hervé
Fischer quien, con absoluto pesimismo, asegura que ya hemos entrado en la
Poshumanidad, momento histórico en que la tecnología se erige como un dios
capaz de darnos el poder que anhelábamos desde la infancia de la humanidad.
Como argumentos, Fischer nos aporta que está tan desarrollada la idea de un
super poder tecnológico que, por ejemplo, ya es posible injertar microchips en
las personas para localizarlas, mediante un GPS, en cualquier lugar del mundo,
lo que dejaría en un mismo nivel a los hijos monitoreados por los padres que
desean saber a toda hora donde se encuentran, que a los presos con libertad
vigilada condicional, vigilados por las policías del crimen. Si observamos con
detención este argumento extremo, los teléfonos celulares, las agendas
electrónicas y los beepers, cumplen casi la misma función, porque la otra cara
de la moneda que nos hace ver como personas siempre comunicadas con el mundo,
es la que nos hace ver como personas cuya intimidad y anonimato han quedado en
la historia.
Para hacer frente a estas ideas algo catastróficas hay que tener
sumo cuidado con entender, no sólo desde nuestro fuero interno, sino que
también desde nuestra práctica diaria, visible y ejemplar, que la tecnología no
es un fin, sino un medio, que es una herramienta y como tal no sólo tiene usos
precisos, sino que también momentos y reglas de uso, técnicas, limitaciones y,
por sobre todo, una dimensión ética que debe ser manifestada siempre y en todo
lugar.
No hacer el esfuerzo de transmitir esto equivale a dar la razón a
quienes ven una separación conflictiva entre humanidad y tecnología, entre
naturaleza y ciencia aplicada. La tecnología es, por cierto, un valor agregado,
pero un valor agregado a la cultura, al trabajo, a las comunicaciones, a la
calidad de vida de las personas. No hay que olvidarnos que somos seres humanos
con derechos y deberes, con necesidades, fortalezas, debilidades, deseos e
historias propias y que, sin embargo, compartimos tiempo y espacios con otros
seres en similares (aunque particulares) circunstancias. No hay que perder de
vista nunca la dimensión humana, sin renunciar a los beneficios de la
tecnología, porque la tecnología no puede ser la excusa para renunciar a los
deberes, la familia o la interacción social. Muy por el contrario, la
tecnología debe servir para facilitar los deberes, unir a la familia y permitir
positivas interacciones sociales.
prof. Benedicto González Vargas
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