Señoras y señores,
venimos a contar
aquello que la historia
no quiere recordar.
Pasó en el Norte Grande,
fue Iquique la ciudad,
mil novecientos siete
marcó fatalidad.
Allí al pampino pobre
mataron por matar.
Seremos los hablantes,
diremos la verdad,
verdad que es muerte amarga
de obreros del salar.
Recuerden nuestra historia
de duelo sin perdón,
por más que el tiempo pase
no hay nunca que olvidar.
Con este pregón se inicia la popular Cantata de Santa María de Iquique, del compositor Luis Advis, y que fue dada a conocer en las voces del conjunto Quilapayún, en 1970. Esta obra musical ha quedado grabada a fuego en las conciencias de las clases populares y en las personas de espíritu libertario y sensibilidad social de mi país. ¿Por qué? Porque recuerda uno de los hechos más dolorosos e indignantes de la historia nacional: la cruel matanza de obreros indefensos, albergados en la Escuela Domingo Santa María, en la ciudad de Iquique, que pedían mejoras en su situación laboral hace ya un siglo.
Las malas condiciones de trabajo de los obreros de las salitreras, cuyas familias sufrían con los bajos sueldos, el remedo de dinero que recibían como pago (unas fichas plásticas sólo canjeables por mercaderías en las tiendas de la propia empresa), la mala calidad de la vivienda y la educación, etc.
El 10 de diciembre de ese año los obreros de la Salitrera San Lorenzo iniciaron un paro de actividades exigiendo una paga más digna, se la llamó la “Huelga de los 18 peniques” porque los obreros pedían un sueldo a ese tipo de cambio. Pronto el paro se amplió al resto de las salitreras y una gruesa columna de obreros bajó al puerto de Iquique portando banderas nacionales de Chile, Perú, Bolivia y Argentina, ya que había trabajadores de todas esas nacionalidades.
Al 16 de diciembre la cifra de huelguistas alojados en el puerto del norte chileno superaba las seis mil almas que, tras un breve albergue en el hipódromo de la ciudad, encontraron refugio en la Escuela Primaria Domingo Santa María.
Cifras prudentes señalan que para el día 21 de diciembre, había más de diez mil trabajadores en la escuela o sus cercanías.
Cabe señalar que los huelguistas pedían al gobierno que mediara en la negociación con los dueños ingleses de las salitreras, ya que el conflicto no era con el Estado de Chile, sino con los empleadores extranjeros. Los empresarios exigieron la reanudación de las faenas antes de cualquier acuerdo y el gobierno de Chile ordenó que los obreros abandonaran la ciudad y se reintegraran a sus trabajos. Las infructuosas negociaciones en que intervino la autoridad civil, el intendente Carlos Eatsman Quiroga y el jefe militar, general Roberto Silva Renard, arrojaban ya 6 víctimas fatales, todos obreros, al caer la noche del 20 de diciembre.
El 21 de diciembre de 1907 el general Silva Renard, recibiendo órdenes del ministro del Interior chileno, Rafael Sotomayor Gaete, ordenó abrir fuego de ametralladoras sobre la escuela para obligar a los huelguistas a volver a sus trabajos. Hoy se habla de, al menos, 3.600 muertos. Dicen las crónicas de la época que la sangre corría por las calles y que los llantos y lamentos se escuchaban a gran distancia.
Probablemente, la sangre de los miles de muertos no pudo correr por las calles de tierra, pero sirvió para remecer las conciencias y poner atención a la situación de abandono y miseria de tantos compatriotas que, paradojalmente, con su trabajo en las salitreras habían forjado la prosperidad de nuestro país desde el término de la Guerra del Pacífico hasta esa fecha.
La Matanza de la Escuela Santa María, como la conoce la historia, no sólo es un infamante recuerdo para la memoria de las autoridades de la época, sino que fue la base que posibilitó movimientos obreros cada vez de mayor envergadura y peso. La valentía de esos trabajadores sirvió también para que se aprobaran leyes de protección social que fueron el centro de la discusión política por el siguiente cuarto de siglo.
Finalmente, como efecto final y menos doloroso, aunque no menos emotivo, las artes recogieron esta historia en todas sus modalidades: el mural que ilustra esta página pertenece al Colectivo Muralista Ramona Parra. La primera obra poética documentada pertenece al poeta anarquista Alejandro Escobar, publicada en Santiago en diciembre de 1907, en un folleto titulado Los sucesos del Norte; la más reciente, en cambio, es la del poeta chileno Pedro Piñones publicada en París hace pocos días con el título de Escuela Santa María de Iquique. Entre ambos extremos los versos inolvidables de Víctor Domingo Silva y Francisco Pezoa, entre otros, sin olvidar la antología Santa María, imágenes y palabras reveladas, publicada este año gracias al aporte de 59 poetas. En la narrativa, las novelas Tarapacá, de Osvaldo López (firmada como Juanito Zolá); Hijo del salitre, de Volodia Teitelboim; Los que van a morir te saludan, de Eduardo Devés; y Santa María de las flores negras, de Hernán Rivera, han mantenido permanentemente vigente este hecho histórico como motivo literario recurrente de nuestras letras.
En el teatro, destacan Santa María del Salitre, de Sergio Arrau; 1907, el año de la flor negra, de Martín Erazo y Ramón, Ramón del colectivo Teatro Oráculo, todas obras inspiradas en la tragedia acontecida hace cien años. No podemos olvidar tampoco la crónica de Elías Lafferte en su libro de memorias sobre este hecho.
Hoy, a cien años de la matanza de estos obreros, el país entero y, especialmente, la ciudad de Iquique, se aprestan a conmemorar este hecho histórico con todo tipo de obras artísticas, exposiciones, documentales y concursos. Incluso se planea levantar un monumento a los caídos.
La Escuela Domingo Santa María aún existe y funcionaba hasta hace poco, aunque sus dependencias fueron remodeladas en 1926. Desde hace algún tiempo, las autoridades quieren demolerla porque está severamente dañada. Hay varias iniciativas que proponen reconstruirla y conservarla como edificio histórico y patrimonial.
Desde estas páginas digitales nos sumamos a esas iniciativas de conservación y a la conmemoración de los trágicos hechos que allí ocurrieron.
prof. Benedicto González Vargas
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