Han pasado más de cincuenta años desde que Gabriela Mistral dejó este mundo en el cual nunca pareció estar muy cómoda. Su bibliografía, de fama universal, daba cuenta de una nutrida cantidad de páginas, lo que no sabíamos es que había muchas más sin publicar.
A su muerte, su amiga, su secretaria (tal vez su pareja, como parecen indicarlo nuevos documentos), la estadounidense Doris Dana, quedó como albacea universal del enorme legado que nuestra Premio Nobel dejó. Objetos, fotografías, documentos, cartas y poemas inéditos estuvieron medio siglo guardados con todo cuidado y celo, alejados de la mirada de los curiosos y cada vez más distante de sus compatriotas chilenos, puesto que es sabido que Dana deseaba entregar la colección a la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
Sin embargo, y pese a su evidente distancia afectiva con Chile, a los malos entendidos que siempre tuvo con los representantes culturales (oficiales y oficiosos) de nuestro país, no materializó la entrega de su rico patrimonio a las autoridades norteamericanas. Tal vez los deseos de Gabriela de que todo ello quedara en Chile, retuvieron la decisión hasta el punto en que Doris Dana también dejó de existir y su preciado tesoro quedó en manos de su sobrina, Doris Atkinson, quien, libre de prejuicios y consciente de la importancia de los casi cuarenta mil manuscritos de todo tipo que debía cuidar, inició contactos con las autoridades chilenas para verificar si había interés y capacidad técnica en preservar el legado mistraliano. Visitó el país, comprobó las instalaciones de la Biblioteca Nacional de Chile y, sobre todo, palpó el ánimo e interés de los medios culturales ante la posibilidad de devolvernos aquello que parecía perdido para siempre.
Y se produjo el milagro. La nueva albacea resolvió entregar el patrimonio de nuestra Premio Nobel al Estado de Chile. Al experto mistraliano, escritor y académico Luis Vargas Saavedra, le correspondió el honor de revisar los manuscritos. Estuvo meses en los Estados Unidos revisando archivos y documentos que no se sabía que existieran. Cada cierto tiempo enviaba notas de prensa informando de sus hallazgos. Entusiasmado, llegó a decir que había más material inédito que toda la obra publicada. Gabriela Mistral revivió para nosotros con cientos de nuevos poemas, cartas, fotografías y algunas luces sobre su vida privada que tan celosamente ocultó en el misterio y la distancia.
Ahora celebramos un nuevo libro: Almácigo. Obra de sencilla hermosura en que conocemos el proceso creativo mistraliano, pues junto a los poemas aparecen imágenes de los manuscritos varias veces corregidos, porque nuestra poeta nunca daba una obra por terminada. Se dice, incluso, que cuando regalaba libros de su autoría ya impresos, tachaba con un lápiz aquello que no le gustaba y reemplazaba las palabras por otras nuevas.
Al respecto, Luis Vargas Saavedra ha sugerido que no deben tomarse estas múltiples versiones (hasta cuatro de un solo poema) como distintas etapas de perfeccionamiento, él prefiere verlas “como una suite de cuatro poemas distintos o con perspectivas diferentes que se irradian desde un motivo inicial”.
Almácigo presenta más de doscientos nuevos poemas, incluyendo algunos que revelan una faceta nueva en la autora, una suerte de lirismo político, como lo llama Vargas Saavedra que se desconocía y que ahora sale a la luz con poemas dedicados a Sandino, Lincoln, Martí, entre otros, y que revelan parte de su pensamiento social.
Otros temas, más recurrentes, son la soledad y la nostalgia. Gabriela Mistral siempre se sintió poco querida. En Chile, su sensación era de franca persecución, y en el extranjero, donde pasó gran parte de su vida, su dolor más agudo era sentirse sola.
Por otra parte, la nostalgia de su valle encumbrado en la precordillera andina y enmarcado por el río Elqui, es otro sentimiento permanente. He aquí un poema que debiera grabarse en letras de piedra a la entrada de su humilde casa en Vicuña:
Tengo mi casa y ellame tiene,tengo un aire quietoque se toca.Un sosiego dulce tengoque saborear con todomi cuerpo.La piña, el mango, la manzanason menos sabor que mi casa.De los techos me baja unéxtasis,de los muros, grandescaricias.
Su religiosidad o su búsqueda metafísica son otra vertiente conocida de nuestra Gabriela. Ahora podemos conocer este hermoso poema que nos habla de sus búsquedas y encuentros.
¿Para qué buscar a Diosen las estrellas?¿Para qué buscarlo trasla Muerte?Y no encontrarlo dentrode la vidasi la atraviesa como unviento fuerte,si como olor la tienetraspasada¿Para qué buscarlo trasla Muerte?
Habrá que esperar, eso sí, un par de años antes de que este bello libro llegue a nuestras manos. La edición que hoy comento sólo puede leerse en las bibliotecas chilenas, puesto que se ha editado en un reducido número de 1.500 ejemplares.
Sin embargo, la alegría es enorme. Gabriela Mistral ha vuelto. Nunca ha dejado de estar omnipresente en nuestras letras y en nuestra admiración. Pero, ¿cuántos escritores pueden en el mundo seguir deleitándonos con obras nuevas más de medio siglo después de su muerte?
De hecho, yo que nací ocho años después de que falleció, tengo el honor impagable de contarles a ustedes que apareció Almácigo, el nuevo libro de Gabriela Mistral...
prof. Benedicto González Vargas
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