sábado, 27 de julio de 2019

Pájaro del sol, de Wilbur Smith


Luego de que las legiones romanas comandadas por Escipión tomaran, saquearan y destruyeran Cartago en el 146 a.d.C., nueve almirantes de la destruida flota cartaginesa y el último descendiente de Aníbal, Amílcar Barca, abordaron las pocas naves que les quedaban y enfilaron rumbo al África en busca de una nueva tierra para sus familias y tradiciones. Todos habían leído en el viejo templo de Baal Amón las aventuras de Hannon, quien trescientos años antes, había llegado a un lugar más allá de las columnas de Hércules, donde  el oro se anidaba en la superficie de las rocas, la tierra era fértil y las estaciones del año se sucedían en sentido contrario. Habitaban ese paraíso unas gentes pequeñas de apariencia amarilla, muy amables, que cambiaron con él su oro por unas telas y abalorios.

Amílcar Barca no lo pensó más. Era el lugar indicado para instalar un nuevo reino. 47 reyes gobernaron el poderoso imperio africano de Opet. El último, Lannon Hycanius, murió junto a su Sumo Sacerdote y amigo, al lado de su féretro vacío cuando las tribus bantúes sometidas por los cartagineses blancos, se rebelaron y destruyeron todo rastro de esta civilización mediterránea en el  corazón del África. Tal fue el odio de los destructores de Opet que no tomaron esclavos ni prisioneros, tampoco buscaron el inmenso tesoro, mataron a todos y destruyeron piedra por piedra las orgullosas ciudades imperiales. Acontecido esto, el rey Manatassi, quien fuera esclavo de los blancos y el que organizó las revueltas, murió sin dejar sucesores y su ejército se dividió en miles de tribus pequeñas. No quedó rastro alguno del rey negro que acabó con Opet, que por su vigor fue llamado la Bestia Negra, como tampoco de la civilización cartaginesa cuyo último Gran León (título dado al rey de Opet) murió junto a su civilización.

Pasadas ya tres cuartas partes del siglo XX, Benjamin Kazin, el jorobado arqueólogo que había sido burlescamente tratado por sus colegas, demostraba que su teoría de una gran civilización mediterránea en África era correcta. Tuvo que sufrir mucho para encontrar la vieja ciudad perdida, de la que no habían más rastros que una especie de historia pintada en una caverna y el portentoso tesoro que durante 47 generaciones amasaron los soberanos de Opet, que estaba bien oculto y que logró descubrir casi por casualidad, gracias a  que su benefactor y amigo, el millonario Louren Sturvesant, quien pagaba los gastos de la investigación, tuvo la intuición (¿o el recuerdo?) de dónde estaba el tesoro.

El caso es que los personajes del siglo XX tienen su contrapartida en los antiguos habitantes de Opet. Al encontrar los archivos de la vieja ciudad, Benjamín Kazin descubrió que el Sumo Sacerdote que murió junto al rey era un jorobado llamado Huy Ben Amón y que el propio rey se parecía demasiado a su amigo Sturvesant. Respecto del rey negro, Manatassi, el líder de las tribus revolucionarias que en pleno siglo XX amenzan la estabilidad de la región, Mageba, parece tener un más que cercano parecido. El único personaje que tiene idéntica función en el pasado y en el presente y que conserva su nombre en el relato, es el pequeño bosquímano Xhai, peronaje fundamental para el desarrollo de esta novela portentosa que nos pinta con fluidez y experticia una aventura imposible, pero sólidamente fundada en una imaginación tan prolífica como literariamente perfecta que nos propone Wilbur Smith.

Amor, traición, luchas de poder, aventuras, descripciones de desbordante viveza, personajes que representan todas las emociones humanas y una descarnada muestra de lo peor y lo mejor que puede producir nuestra humanidad, dan vida a 573 páginas que se leen sin pausa.

Por sus grandes ventas esta novela, publicada por primera vez en 1972 ha sido catalogada como best seller, lo que es cierto sólo en el más estricto sentido del término, porque es una obra literaria de mucha calidad, de esas que uno siente pena dejar de leer.

Por eso, al terminar sus páginas, no me queda otra que decir, al igual que los personajes principales de la obra: ¡Vuela por mí, Pájaro del Sol! ¡Ruge por mí, León de Opet!

prof. Benedicto González Vargas


4 comentarios:

  1. Hace décadas leí este libro... y jamás se me borró de la memoria. Para mí, fue uno de los mejores de W. Smith... y eso que prácticamente todos fueron estupendos, aunque la última versión del egipcio Taita ya me pareció un tanto... demasiado delirante.

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    1. Gracias, Carlos, por detenerte a leer y comentar, opino igual que tú, todo lo que he leído de W. Smith es estupendo; pero el último que mencionas no lo he leído. Y, sí, plenamente de acuerdo con que Pájaro del sol es inolvidable.

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  2. Leí esta obra hace casi cuatro décadas y quedé prendado de la historia. Una narrativa exquisita y un manejo de los tiempos tan delirante que me dejó pasmado la forma en que me transportó al pasado en un instante e inesperadamente me devolvió al presente. Curiosamente esta novela tendió un puente de entendimiento con mi hija mayor, con quien suelo cerrar diálogos epistolares: "Vuela por mí, Pájaro de Sol", seguido de su invariable respuesta: "Ruge por mí, Gran León de Opet".

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    1. Es, sin duda, una novela inolvidable, plena de aventuras, con un profundo desarrollo íntimo de los personajes, una historia interesante, cautivante. Sin duda, una novela que cuesta (y apena) dejar de leer cuando acaba.

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