Luego de que las legiones romanas comandadas por Escipión
tomaran, saquearan y destruyeran Cartago en el 146 a.d.C., nueve almirantes de
la destruida flota cartaginesa y el último descendiente de Aníbal, Amílcar
Barca, abordaron las pocas naves que les quedaban y enfilaron rumbo al África
en busca de una nueva tierra para sus familias y tradiciones. Todos habían leído
en el viejo templo de Baal Amón las aventuras de Hannon, quien trescientos años
antes, había llegado a un lugar más allá de las columnas de Hércules,
donde el oro se anidaba en la superficie de las rocas, la tierra era
fértil y las estaciones del año se sucedían en sentido contrario. Habitaban ese
paraíso unas gentes pequeñas de apariencia amarilla, muy amables, que cambiaron
con él su oro por unas telas y abalorios.
Amílcar Barca no lo pensó más. Era el lugar indicado para
instalar un nuevo reino. 47 reyes gobernaron el poderoso imperio africano de
Opet. El último, Lannon Hycanius, murió junto a su Sumo Sacerdote y amigo, al
lado de su féretro vacío cuando las tribus bantúes sometidas por los
cartagineses blancos, se rebelaron y destruyeron todo rastro de esta
civilización mediterránea en el corazón del África. Tal fue el odio de
los destructores de Opet que no tomaron esclavos ni prisioneros, tampoco
buscaron el inmenso tesoro, mataron a todos y destruyeron piedra por piedra las
orgullosas ciudades imperiales. Acontecido esto, el rey Manatassi, quien fuera
esclavo de los blancos y el que organizó las revueltas, murió sin dejar
sucesores y su ejército se dividió en miles de tribus pequeñas. No quedó rastro
alguno del rey negro que acabó con Opet, que por su vigor fue llamado la Bestia
Negra, como tampoco de la civilización cartaginesa cuyo último Gran León
(título dado al rey de Opet) murió junto a su civilización.
Pasadas ya tres cuartas partes del siglo XX, Benjamin Kazin,
el jorobado arqueólogo que había sido burlescamente tratado por sus colegas,
demostraba que su teoría de una gran civilización mediterránea en África era
correcta. Tuvo que sufrir mucho para encontrar la vieja ciudad perdida, de la
que no habían más rastros que una especie de historia pintada en una caverna y
el portentoso tesoro que durante 47 generaciones amasaron los soberanos de
Opet, que estaba bien oculto y que logró descubrir casi por casualidad, gracias
a que su benefactor y amigo, el millonario Louren Sturvesant, quien pagaba
los gastos de la investigación, tuvo la intuición (¿o el recuerdo?) de dónde
estaba el tesoro.
El caso es que los personajes del siglo XX tienen su
contrapartida en los antiguos habitantes de Opet. Al encontrar los archivos de
la vieja ciudad, Benjamín Kazin descubrió que el Sumo Sacerdote que murió junto
al rey era un jorobado llamado Huy Ben Amón y que el propio rey se parecía
demasiado a su amigo Sturvesant. Respecto del rey negro, Manatassi, el líder de
las tribus revolucionarias que en pleno siglo XX amenzan la estabilidad de la
región, Mageba, parece tener un más que cercano parecido. El único personaje
que tiene idéntica función en el pasado y en el presente y que conserva su
nombre en el relato, es el pequeño bosquímano Xhai, peronaje fundamental para el
desarrollo de esta novela portentosa que nos pinta con fluidez y experticia una
aventura imposible, pero sólidamente fundada en una imaginación tan prolífica
como literariamente perfecta que nos propone Wilbur Smith.
Amor, traición, luchas de poder, aventuras, descripciones de
desbordante viveza, personajes que representan todas las emociones humanas y
una descarnada muestra de lo peor y lo mejor que puede producir nuestra
humanidad, dan vida a 573 páginas que se leen sin pausa.
Por sus grandes ventas esta novela, publicada por primera vez
en 1972 ha sido catalogada como best seller, lo que es cierto sólo en el más
estricto sentido del término, porque es una obra literaria de mucha calidad, de esas que uno
siente pena dejar de leer.
Por eso, al terminar sus páginas, no me queda otra que decir,
al igual que los personajes principales de la obra: ¡Vuela por mí, Pájaro del
Sol! ¡Ruge por mí, León de Opet!
prof. Benedicto González Vargas
Hace décadas leí este libro... y jamás se me borró de la memoria. Para mí, fue uno de los mejores de W. Smith... y eso que prácticamente todos fueron estupendos, aunque la última versión del egipcio Taita ya me pareció un tanto... demasiado delirante.
ResponderEliminarGracias, Carlos, por detenerte a leer y comentar, opino igual que tú, todo lo que he leído de W. Smith es estupendo; pero el último que mencionas no lo he leído. Y, sí, plenamente de acuerdo con que Pájaro del sol es inolvidable.
EliminarLeí esta obra hace casi cuatro décadas y quedé prendado de la historia. Una narrativa exquisita y un manejo de los tiempos tan delirante que me dejó pasmado la forma en que me transportó al pasado en un instante e inesperadamente me devolvió al presente. Curiosamente esta novela tendió un puente de entendimiento con mi hija mayor, con quien suelo cerrar diálogos epistolares: "Vuela por mí, Pájaro de Sol", seguido de su invariable respuesta: "Ruge por mí, Gran León de Opet".
ResponderEliminarEs, sin duda, una novela inolvidable, plena de aventuras, con un profundo desarrollo íntimo de los personajes, una historia interesante, cautivante. Sin duda, una novela que cuesta (y apena) dejar de leer cuando acaba.
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