Todos estos "signos de los tiempos" como se hubiera dicho en décadas
pasadas no pueden menos que ir esbozando un mundo posible en el que vivirán,
trabajarán, amarán, reirán y llorarán los niños que hoy se sientan cada mañana
en el aula donde doy clases. No puedo desentenderme de eso. No puedo seguir
enseñándoles con herramientas arcaicas, con modelos caducos y generándoles
expectativas falsas por no querer hacerme cargo de la obligación moral que
tiene la Educación de prepararlos para hacer frente a la incertidumbre del
mundo venidero con optimismo y confianza fundadas en un sólido desarrollo de
sus capacidades y habilidades. El mundo ha cambiado y sigue cambiando y no
porque no nos guste o no queramos verlo, eso dejará de ser así y la escuela
como institución formadora de personas útiles a la sociedad, no debe restarse
de dar una mirada moderna y crítica a sus prácticas pedagógicas y a sus modelos
curriculares.
Una Educación para el siglo XXI debe, forzosamente, plantearse
respuestas pedagógicas ante los problemas descritos y mejorar sus concepciones
y orientaciones que distan mucho de la realidad, poner énfasis en la calidad y
hacerse cargo de la diversidad. Además de alfabetizar tecnológicamente en un
marco de responsabilidad y ética que no siempre es puesto al mismo nivel de los
contenidos y prácticas de aula, siendo tanto o más importantes que los propios
contenidos y herramientas.
¿Qué estamos haciendo para enseñar a nuestros
estudiantes a resolver la tensión entre identidad propia y apertura global?
¿Qué herramientas damos para enseñar a resolver la ya mencionada paradoja de
colaboratividad y competitividad? ¿Cómo estrechamos la distancia entre los
conceptos sacrosantos que la escuela tradicional no quiere cambiar y las
habilidades y capacidades necesarias para enfrentar el mundo del mañana?
Por
eso necesitamos una escuela que enseñe a aprender, pero con un fuerte
componente tecnológico, con una sólida base de relaciones sociales, con un
marco ético muy claro y con una libertad para innovar, emprender y desarrollar
nuevas soluciones que no se vea coartada en ningún nivel de toma de decisiones.
Las nociones de trabajo, investigación personal, formulación de proyectos,
emprendimientos sociales, sistemas complejos, resiliencia y autonomía, entre
otras, son esenciales para la vida intelectual de los futuros ciudadanos.
Es
hora de sacudirse la idea superada de que la escuela es una institución que
enseña conocimientos y cambiarla por una en la cual la escuela use esos
conocimientos para desarrollar capacidades, habilidades y asentar conductas
deseables. La Educación debe generar en sus alumnos todas las habilidades
comunicativas necesarias para desenvolverse con propiedad en la Sociedad del
Conocimiento que les permitan intervenir en las conversaciones para cambiar el
mundo. Debe mejorarse el clima organizacional, dentro de las salas de clases y
entre pares en la búsqueda permanente de mejorar las condiciones que permitan a
los estudiantes desarrollar abstracciones, resolver problemas, adaptarse al
cambio y concientizar procesos metacognitivos desde los grados más pequeños de
la Enseñanza. Así visto, parece una tarea enorme.
Creo que las bases existen en
la infinita entrega de cada docente frente a sus alumnos, pienso que las trabas
están dadas por todos los niveles burocráticos de los sistemas escolares y por
concepciones dogmáticas en lo curricular ancladas en prácticas obsoletas que
los jefes técnicos de todos los niveles no tienen el coraje de borrar de una
plumada.
Insisto. No sé cómo será el mundo en el que vivirán mis actuales
estudiantes, pero no puedo restarme a darles una pequeña ayuda en sus esfuerzos
por imaginarlo y acercarlo lo más posible a sus propias utopías.
prof. Benedicto González Vargas
Miembro
de Atinachile
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