sábado, 24 de marzo de 2007

Apuntes para una educación acorde con el siglo XXI

No sé en qué mundo vivirán mis estudiantes, no puedo imaginármelo, pero sí creo tener alguna idea de por dónde vendrán los cambios. Esta idea, tal vez vaga e imprecisa, no me viene de una intuición entrenada ni mucho menos, sino de la observación rigurosa del mundo que me toca vivir hoy. Cabe señalar que este mundo en el que vivo lo he recibido pasivamente y no he tenido demasiadas ocasiones para intervenir en las conversaciones que mueven al mundo. No obstante, aquí estoy, viendo con maravillada y creciente sorpresa como los conocimientos en las diversas áreas del saber humano van creciendo tan exponencialmente como la información de la que disponemos, asombrándome de que las barreras fronterizas, idiomáticas, sociales, etc., se diluyen cada vez más y puedo acceder a información valiosa, casi al instante, alojada en cualquier rincón del mundo. Me beneficio y sufro por los cambios en la Economía, en que la globalización nos lleva a todos en una misma marea interdependiente, hipervinculante y (paradoja de paradojas) tan colaborativa como competitiva a la vez. Veo las crisis que esto provoca en las relaciones sociales y laborales, al interior de las familias y, por supuesto, innegablemente en la escuela. El cambio aceleradísimo en las Ciencias y en la Tecnología, la amenaza que se cierne sobre nosotros tras la internacionalización de los conflictos, particularmente el terrorismo y la creciente deshumanización de las sociedades. 

Todos estos "signos de los tiempos" como se hubiera dicho en décadas pasadas no pueden menos que ir esbozando un mundo posible en el que vivirán, trabajarán, amarán, reirán y llorarán los niños que hoy se sientan cada mañana en el aula donde doy clases. No puedo desentenderme de eso. No puedo seguir enseñándoles con herramientas arcaicas, con modelos caducos y generándoles expectativas falsas por no querer hacerme cargo de la obligación moral que tiene la Educación de prepararlos para hacer frente a la incertidumbre del mundo venidero con optimismo y confianza fundadas en un sólido desarrollo de sus capacidades y habilidades. El mundo ha cambiado y sigue cambiando y no porque no nos guste o no queramos verlo, eso dejará de ser así y la escuela como institución formadora de personas útiles a la sociedad, no debe restarse de dar una mirada moderna y crítica a sus prácticas pedagógicas y a sus modelos curriculares. 

Una Educación para el siglo XXI debe, forzosamente, plantearse respuestas pedagógicas ante los problemas descritos y mejorar sus concepciones y orientaciones que distan mucho de la realidad, poner énfasis en la calidad y hacerse cargo de la diversidad. Además de alfabetizar tecnológicamente en un marco de responsabilidad y ética que no siempre es puesto al mismo nivel de los contenidos y prácticas de aula, siendo tanto o más importantes que los propios contenidos y herramientas. 

¿Qué estamos haciendo para enseñar a nuestros estudiantes a resolver la tensión entre identidad propia y apertura global? ¿Qué herramientas damos para enseñar a resolver la ya mencionada paradoja de colaboratividad y competitividad? ¿Cómo estrechamos la distancia entre los conceptos sacrosantos que la escuela tradicional no quiere cambiar y las habilidades y capacidades necesarias para enfrentar el mundo del mañana? 

Por eso necesitamos una escuela que enseñe a aprender, pero con un fuerte componente tecnológico, con una sólida base de relaciones sociales, con un marco ético muy claro y con una libertad para innovar, emprender y desarrollar nuevas soluciones que no se vea coartada en ningún nivel de toma de decisiones. Las nociones de trabajo, investigación personal, formulación de proyectos, emprendimientos sociales, sistemas complejos, resiliencia y autonomía, entre otras, son esenciales para la vida intelectual de los futuros ciudadanos. 

Es hora de sacudirse la idea superada de que la escuela es una institución que enseña conocimientos y cambiarla por una en la cual la escuela use esos conocimientos para desarrollar capacidades, habilidades y asentar conductas deseables. La Educación debe generar en sus alumnos todas las habilidades comunicativas necesarias para desenvolverse con propiedad en la Sociedad del Conocimiento que les permitan intervenir en las conversaciones para cambiar el mundo. Debe mejorarse el clima organizacional, dentro de las salas de clases y entre pares en la búsqueda permanente de mejorar las condiciones que permitan a los estudiantes desarrollar abstracciones, resolver problemas, adaptarse al cambio y concientizar procesos metacognitivos desde los grados más pequeños de la Enseñanza. Así visto, parece una tarea enorme. 

Creo que las bases existen en la infinita entrega de cada docente frente a sus alumnos, pienso que las trabas están dadas por todos los niveles burocráticos de los sistemas escolares y por concepciones dogmáticas en lo curricular ancladas en prácticas obsoletas que los jefes técnicos de todos los niveles no tienen el coraje de borrar de una plumada. 

Insisto. No sé cómo será el mundo en el que vivirán mis actuales estudiantes, pero no puedo restarme a darles una pequeña ayuda en sus esfuerzos por imaginarlo y acercarlo lo más posible a sus propias utopías. 

prof. Benedicto González Vargas 
Miembro de Atinachile

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